domingo, 31 de agosto de 2014

DETRÁS DE JESÚS



El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo.


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 16, 21-27

Jesús pasó algún tiempo recorriendo las aldeas de Galilea. Allí vivió los mejores momentos de su vida. La gente sencilla se conmovía ante su mensaje de un Dios bueno y perdonador. Los pobres se sentían defendidos. Los enfermos y desvalidos agradecían a Dios su poder de curar y aliviar su sufrimiento. Sin embargo no se quedó para siempre entre aquellas gentes que lo querían tanto.

Explicó a sus discípulos su decisión: «tenía que ir a Jerusalén», era necesario anunciar la Buena Noticia de Dios y su proyecto de un mundo más justo, en el centro mismo de la religión judía. Era peligroso. Sabía que «allí iba a padecer mucho». Los dirigentes religiosos y las autoridades del templo lo iban a ejecutar. Confiaba en el Padre: «resucitaría al tercer día».

Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Le horroriza imaginar a Jesús clavado en una cruz. Sólo piensa en un Mesías triunfante. A Jesús todo le tiene que salir bien. Por eso, lo toma aparte y se pone a reprenderle: «No lo permita Dios, Señor. Eso no puede pasarte».

Jesús reacciona con una dureza inesperada. Este Pedro le resulta desconocido y extraño. No es el que poco antes lo ha reconocido como "Hijo del Dios vivo". Es muy peligroso lo que está insinuando. Por eso lo rechaza con toda su energía: «Apártate de mí Satanás». El texto dice literalmente: «Ponte detrás de mí». Ocupa tu lugar de discípulo y aprende a seguirme. No te pongas delante de mí desviándonos a todos de la voluntad del Padre.

Jesús quiere dejar las cosas muy claras. Ya no llama a Pedro «piedra» sobre la que edificará su Iglesia; ahora lo llama «piedra» que me hace tropezar y me obstaculiza el camino. Ya no le dice que habla así porque el Padre se lo ha revelado; le hace ver que su planteamiento viene de Satanás.

La gran tentación de los cristianos es siempre imitar a Pedro: confesar solemnemente a Jesús como "Hijo del Dios vivo" y luego pretender seguirle sin cargar con la cruz. Vivir el Evangelio sin renuncia ni costo alguno. Colaborar en el proyecto del reino de Dios y su justicia sin sentir el rechazo o la persecución. Queremos seguir a Jesús sin que nos pase lo que a él le pasó.


No es posible. Seguir los pasos de Jesús siempre es peligroso. Quien se decide a ir detrás de él, termina casi siempre envuelto en tensiones y conflictos. Será difícil que conozca la tranquilidad. Sin haberlo buscado, se encontrará cargando con su cruz. Pero se encontrará también con su paz y su amor inconfundible. Los cristianos no podemos ir delante de Jesús sino detrás de él.




Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas







domingo, 24 de agosto de 2014

NUESTRO ÚNICO SEÑOR




Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 16, 13-20

"¿Quién dicen ustedes que soy yo?". Lo mismo que los primeros discípulos, también los cristianos de hoy hemos de responder a Jesús para recordar de quién nos hemos fiado, a quién estamos siguiendo y qué podemos esperar de él. También nosotros vivimos animados por la misma fe.

Jesús, tú eres el Hijo de Dios vivo. Creemos que vienes de Dios. Tú puedes acercarnos como nadie a su Misterio. De ti podemos aprender a confiar siempre en él, a pesar de los interrogantes, dudas e incertidumbres que nacen en nuestro corazón. ¿Quién reavivará nuestra fe en un Dios Amigo si no eres tú? En medio de la noche que cae sobre tus seguidores, muéstranos al Padre.

Jesús, tú eres el Mesías, el gran regalo del Padre al mundo entero. Tú eres lo mejor que tenemos tus seguidores, lo más valioso y atractivo. ¿Por qué se apaga la alegría en tu Iglesia? ¿Por qué no acogemos, disfrutamos y celebramos tu presencia buena en medio de nosotros? Jesús, sálvanos de la tristeza y contágianos tu alegría.

Jesús, tú eres nuestro Salvador. Tú tienes fuerza para sanar nuestra vida y encaminar la historia humana hacia su salvación definitiva. Señor, la Iglesia que tú amas está enferma. Es débil y ha envejecido. Nos faltan fuerzas para caminar hacia el futuro anunciando con vigor tu Buena Noticia. Jesús, si tú quieres, puedes curarnos.

Jesús, tú eres la Palabra de Dios hecha carne. El gran Indignado que ha acampado entre nosotros para denunciar nuestro pecado y poner en marcha la renovación radical que necesitamos. Sacude la conciencia de tus seguidores. Despiértanos de una religión que nos tranquiliza y adormece. Recuérdanos nuestra vocación primera y envíanos de nuevo a anunciar tu reino y curar la vida.

Jesús, tú eres nuestro único Señor. No queremos sustituirte con nadie. La Iglesia es sólo tuya. No queremos otros señores. ¿Por qué no ocupas siempre el centro de nuestras comunidades? ¿Por qué te suplantamos con nuestro protagonismo? ¿Por qué ocultamos tu evangelio? ¿Por qué seguimos tan sordos a tus palabras si son espíritu y vida? Jesús, ¿a quién vamos a ir? Tú sólo tienes palabras de vida eterna.

Jesús, tú eres nuestro Amigo. Así nos llamas tú, aunque casi lo hemos olvidado. Tú has querido que tu Iglesia sea una comunidad de amigos y amigas. Nos has regalado tu amistad. Nos has dejado tu paz. Nos la has dado para siempre. Tú estás con nosotros hasta el final. ¿Por qué tanta discordia, recelo y enfrentamientos entre tus seguidores?


Jesús, danos hoy tu paz. Nosotros no la sabemos encontrar.


Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile






domingo, 17 de agosto de 2014

JESÚS ES PARA TODOS



Reflexión inspirada en el Evangelio según san Mateo 15, 21-28

La escena es sorprendente. Una mujer pagana sale gritando al encuentro de Jesús. Es una madre de fuerte personalidad que reclama compasión para su hija enferma, pues está segura de que Dios quiere una vida digna para todos sus hijos e hijas, aunque sean paganos, aunque sean mujeres.

Su petición es directa: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija está atormentada por un demonio». Sin embargo, su grito cae en el vacío: Jesús guarda un silencio difícil de explicar. ¿No se conmueve su corazón ante la desgracia de aquella madre sola y desamparada?

La tensión se hace más insoportable cuando Jesús rompe su silencio para negarse rotundamente a escuchar a la mujer. Su negativa es firme y brota de su deseo de ser fiel a la misión recibida de su Padre: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel».

La mujer no se desalienta. Apresura el paso, alcanza al grupo, se postra ante Jesús y, desde el suelo, repite su petición: «Señor, socórreme». En su grito está resonando el dolor de tantos hombres y mujeres que no pertenecen al grupo de aquel Sanador, y sufren una vida indigna. ¿Han de quedar excluidos de su compasión?

Jesús se reafirma en su negativa: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos». La mujer no se rinde ante la frialdad escalofriante de Jesús. No le discute, acepta su dura imagen, pero extrae una consecuencia que Jesús no ha tenido en cuenta: «Tienes razón, Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de los amos». En la mesa de Dios hay pan para todos.

Jesús reacciona sorprendido. Escuchando hasta el fondo el deseo de esta pagana, ha comprendido que lo que pide es exactamente lo que quiere Dios: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas». El amor de Dios a los que sufren no conoce fronteras, ni sabe de creyentes o paganos. Atender a esta mujer no le aleja de la voluntad del Padre sino que le descubre su verdadero alcance.

Los cristianos hemos de aprender hoy a convivir con agnósticos, indiferentes o paganos. No son adversarios a apartar de nuestro camino. Si escuchamos su sufrimiento, descubriremos que son seres frágiles y vulnerables que buscan, como nosotros, un poco de luz y de aliento para vivir.


Jesús no es propiedad de los cristianos. Su luz y su fuerza sanadora son para todos. Es un error encerrarnos en nuestros grupos y comunidades, apartando, excluyendo o condenando a quienes no son de los nuestros. Sólo cumplimos la voluntad del Padre cuando vivimos abiertos a todo ser humano que sufre y gime pidiendo compasión.










domingo, 10 de agosto de 2014

MIEDOS


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 14, 22-33

"¡Ánimo, soy yo, no tengan miedo!"

El miedo y la ansiedad son fenómenos universales. Tarde o temprano, todos nos vemos asaltados por miedos más o menos precisos y experimentamos en algún grado la ansiedad. Somos seres frágiles y en cualquier momento nos sentimos amenazados.

Las gentes suelen poner en marcha diversas estrategias para combatir el miedo. La huída es probablemente el medio más utilizado; ante el peligro real o imaginario, la persona se esfuerza por evitar la situación que le produce ansiedad. Otras veces se emplea la táctica de la distracción: olvidar el problema, tratar de centrar la atención en otros aspectos de la vida.

Los profesionales de la salud, por su parte, se esfuerzan por liberar a las personas de los miedos poco sanos con diferentes terapias y «medicamentos», para que el individuo se sienta mejor y más aliviado frente a sus angustias.

Sin duda, todo este esfuerzo terapéutico es necesario, aunque a veces no proporciona sino un alivio temporal, y no llega a combatir la raíz de la ansiedad sino sus efectos. Pero, junto a estas terapias, es necesario aprender a vivir de forma más consistente y mejor enraizada. Y es ahí donde la fe, sin que sea necesario instrumentalizarla, puede convertirse en fuente inestimable de vida sana y liberada.

Por ejemplo, para sentirme bien, no es necesario que todos me aprecien y me amen, o que todos los que me rodean me aprueben en casi todo lo que hago. Puedo vivir en paz y sin temor aunque no cuente con el amor de los demás. Si soy creyente, sé que cuento siempre con el aprecio y el amor de Dios.

Tampoco tengo que hacerlo todo con absoluta perfección para estar contento conmigo mismo. Dios me entiende y me comprende. Me acepta tal como soy, con mis esfuerzos y mis limitaciones. No tengo por qué vivir atemorizado por mi pasado. El perdón de Dios me anima a renovarme mirando hacia adelante.

El origen principal de mis miedos e infelicidad está, sobre todo, en mí mismo, no en el exterior. El mundo y las personas son como son, aunque yo desearía que fueran de otra manera. Tengo que colaborar para que el mundo cambie y sea mejor, pero, sobre todo, tengo que cambiar yo. Dios que está en mí y es fuente de vida puede ser mi mejor fuerza y estímulo.

Desde esta confianza escucha el cristiano las palabras llenas de afecto que Jesús dirige a sus discípulos: «¡Animo, soy yo, no tengan miedo!» Los creyentes, como todos los humanos, son frágiles. Cualquier cosa puede turbar su paz. Su seguridad y firmeza última provienen de ese Dios que se nos ha acercado en Jesucristo. 


Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas - Chile



PROGRAMA DOMINICAL 
DE LA COMUNIDAD DE JESÚS NAZARENO 
EN RADIO POLAR









domingo, 3 de agosto de 2014

DENLES DE COMER


Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 14, 13-21

"Denles ustedes de comer.

Un proverbio budista dice que «cuando el dedo del profeta señala la luna, el estúpido se queda mirando el dedo». Algo semejante se podría decir quizás de nosotros, cuando nos quedamos exclusivamente en el carácter portentoso de los milagros de Jesús, sin llegar hasta el mensaje que encierran.

Porque Jesús no fue un milagrero dedicado a realizar prodigios propagandísticos. Sus milagros son signos que abren brecha en este mundo de pecado y apuntan ya hacia una realidad nueva, meta final del ser humano.

Concretamente, el milagro de la multiplicación de los panes nos invita a descubrir que el proyecto de Jesús es alimentar a los hombres y reunirlos en una fraternidad real en la que sepan compartir «su pan y su pescado» y convivir como hermanos.

Para el cristiano la fraternidad no es una exigencia junto a otras. Es la única manera de construir entre los hombres el Reino del Padre. Pero esta fraternidad puede ser mal entendida. Con demasiada frecuencia la confundimos con «un egoísmo vividor que sabe comportarse muy decentemente» (K. Rahner).

Pensamos que amamos al prójimo simplemente porque no le hacemos nada especialmente malo, aunque luego vivamos con un horizonte mezquino y estrecho, despreocupados de todos, movidos únicamente por nuestros propios intereses.

La Iglesia en cuanto «sacramento de fraternidad» está llamada a descubrir incesantemente nuevas formas de crear una fraternidad más estrecha y viva entre los hombres. Los creyentes hemos de aprender a vivir con un estilo más fraterno, escuchando las nuevas necesidades del hombre actual.

La lucha a favor de la paz, la protección del medio ambiente, la solidaridad con los pueblos hambrientos, el compartir con los cesantes las consecuencias de la crisis económica, la ayuda a los drogadictos, la preocupación por los ancianos solos y olvidados.., son otras tantas exigencias para quien se siente hermano y quiere «multiplicar» para todos, el pan que necesitamos los hombres para vivir.


El relato del evangelio nos recuerda que no podemos comer tranquilos nuestro pan y nuestro pescado mientras junto a nosotros hay hombres amenazados de tantas hambres. Los que vivimos tranquilos y satisfechos hemos de oír las palabras de Jesús: «denles ustedes de comer».



Boletín dominical de la Diócesis de Punta Arenas -Chile