Reflexión
inspirada en el evangelio según san Mateo 11,2-11
Lo que están viendo y oyendo.
Los expertos nos hablan de un
curioso fenómeno lingüístico propio de nuestros días. En pocos años se ha
extendido en las sociedades desarrolladas un lenguaje de carácter técnico,
aséptico y eufemista para hablar de quienes sufren problemas o enfermedades. Se
ha publicado incluso un diccionario políticamente correcto donde se nos indica
cómo designar a ciertas personas y colectivos.
Así, en la sociedad moderna ya no
hay pobres, sino gente «económicamente débil», no hay viejos, sino personas que
han llegado a la «tercera edad»; los ciegos son ahora «invidentes» y los
moribundos sólo «enfermos en fase terminal»; los que viven sin techo se han
convertido en «personas en situación de calle»; los negros son ahora afortunadamente «personas de
color» y las empleadas domésticas han alcanzado la dignidad de “asesoras del
hogar”.
Este lenguaje refleja, sin duda,
una actitud más respetuosa y cuidada hacia esas personas, pero puede favorecer,
al mismo tiempo, una postura más aséptica, distante y tranquilizadora pues, de
alguna manera, disimula el sufrimiento y la tragedia. No hemos de preocuparnos
mucho: se trata de problemas de los que se ha de ocupar el Estado, la Seguridad
Social o las instituciones.
Por eso, no es superfluo recordar
la advertencia cristiana: el amor al que sufre no consiste en usar palabras
correctas y amables, sino en ayudarle con obras. Lo dice ya un escrito
cristiano del primer siglo: «Hijos míos, no amen de palabra ni con la boca,
sino con hechos y de verdad».
La escena que narra el evangelio de
hoy es aleccionadora. El profeta Juan envía a sus discípulos para hacerle a
Jesús una pregunta decisiva: « ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que
esperar a otro?». Jesús no responde con un discurso teórico. Lo importante para
captar su identidad no son las palabras, sino los hechos. «Vayan a decir a Juan
lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres
se les anuncia la Buena Noticia».
Lo que identifica al verdadero
Mesías y a quienes le siguen es su servicio a los que sufren; no las bellas
palabras, sino las obras. El filósofo danés S. Kierkeegard comienza uno de sus
tratados con estas palabras: «Estas son reflexiones cristianas. Por eso, no se
habla aquí de amor sino de las obras del amor». Sencillamente genial. El amor
cristiano al que sufre no es un amor exhibido, explicado, cantado, exaltado. El
amor verdadero no consiste en palabras, sino en hechos.
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