UNA PARÁBOLA PARA HOY
Reflexión inspirada en el Evangelio según san Lucas 15, 1-32
En ninguna otra parábola ha querido
Jesús hacernos penetrar tan profundamente en el misterio de Dios y en el
misterio de la condición humana. Ninguna otra es tan actual para nosotros como
ésta del "Padre bueno".
El hijo menor dice a su padre:
«dame la parte que me toca de la herencia». Al reclamarla, está pidiendo de
alguna manera la muerte de su padre. Quiere ser libre, romper ataduras. No será
feliz hasta que su padre desaparezca. El padre accede a su deseo sin decir
palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.
¿No es ésta la situación actual?
Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un
Padre eterno en su horizonte. Dios ha de desaparecer de la sociedad y de las
conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no
coacciona a nadie.
El hijo se marcha a «un país
lejano». Necesita vivir en otro país, lejos de su padre y de su familia. El
padre lo ve partir, pero no lo abandona; su corazón de padre lo acompaña; cada
mañana lo estará esperando. La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de
su autoridad, de su recuerdo... ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos
perdiendo de vista?
Pronto se instala el hijo en una
«vida desordenada». El término original no sugiere sólo un desorden moral sino
una existencia insana, desquiciada, caótica. Al poco tiempo, su aventura
empieza a convertirse en drama. Sobreviene un «hambre terrible» y sólo
sobrevive cuidando cerdos como esclavo de un extraño. Sus palabras revelan su
tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».
El vacío interior y el hambre de
amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía de Dios. No es fácil el
camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo
tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?
El joven «entró dentro de sí mismo»
y, ahondando en su propio vacío, recordó el rostro de su padre asociado a la
abundancia de pan: en casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de
hambre». En su interior se despierta el deseo de una libertad nueva junto a su
padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me pondré en camino y volveré a
mi padre».
¿Nos pondremos en camino hacia Dios
nuestro Padre? Muchos lo harían si conocieran a ese Dios que, según la parábola
de Jesús, «sale corriendo al encuentro de su hijo, se le echa al cuello y se
pone a besarlo efusivamente». Esos abrazos y besos hablan de su amor mejor que
todos los libros de teología. Junto a él podríamos encontrar una libertad más
digna y dichosa.
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