He
venido a prender fuego.
Jesús es inconfundible. Su palabra
viva y penetrante, la frescura de sus imágenes y parábolas, su lenguaje
concreto e imprevisible no engañan. A Jesús le encanta vivir y hacer vivir. Su
pasión es la vida: la vida íntegra, pujante, sana, la vida vivida en su máxima
intensidad: «Yo soy la vida.» «Yo he venido a traer fuego a la tierra.» «He
venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.»
Jesús capta la vida desde sus
mismas raíces. Su mirada no está obsesionada por el éxito, lo útil, lo
«razonable», lo convenido. Cuando se siente a Dios como Padre y a todos como
hermanos y hermanas, cambia la visión de todo. Lo primero es la vida dichosa de
todos por encima de creencias, costumbres y leyes.
Por eso, Jesús no se pierde en
teorías abstractas ni se ajusta a sistemas cerrados. Su palabra despierta lo
mejor que hay en nosotros. Sabemos que tiene razón cuando llama a vivir el amor
sin restricciones. No viene a abolir la Ley, pero no sien te simpatía alguna
por los «perfectos» que viven correctamente pero no escuchan la voz del
corazón. Invita a «transgredir por arriba» (J. Onimus) los sistemas religiosos
y sociales. La ley y los profetas dependen del amor: «Amad a los enemigos.»
Buscad el bien de todos.
Su mensaje sacude, impacta y
transforma. Sus contemporáneos captan en él algo diferente. Tiene razón el
norteamericano Marcus Borg cuando afirma que «Jesús no fue primariamente
maestro de ningún credo verdadero ni de ninguna moral recta. Fue más bien
maestro de un estilo de vida, de un camino, en concreto, de un camino de
transformación. »
Las sociedades modernas siguen
desarrollando ciegamente una vida muy racionalizada y organizada, pero casi
siempre muy privada de amor. Hay que ser pragmáticos. No hay lugar para «la
inteligencia del corazón». Mandan el dinero y la competitividad. Hay que
ajustarse a las leyes del mercado. Se planifica todo, pero se olvida lo
esencial, lo que respondería a las necesidades más hondas y entrañables del ser
humano.
El mundo actual necesita
orientación, pero desconfía de los dogmas. Las ideologías no dan vida y lo que
hoy se necesita es una confianza nueva para transformar la vida y hacerla más
humana. Las religiones están en crisis, pero Jesús sigue vivo. Según las
palabras tantas veces citadas de Proudhon, él es «el único hombre de toda la
Antigüedad que no ha sido empequeñecido por el progreso».
Las palabras de Jesús recogidas por
Lucas nos invitan a reaccionar: «He venido a prender fuego en el mundo: ¡y
ojalá estuviera ya ardiendo!»
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