Dichosos aquellos a quienes los encuentre en vela.
Reflexión inspirada en el Evangelio
según san Lucas 12, 32-48
Es muy fácil vivir dormidos. Basta
con hacer lo que hacen casi todos: imitar, amoldarnos, obedecer, ajustarnos a
lo que se lleva, repetirnos una y otra vez. Basta vivir buscando seguridad
externa e interna. Basta defender nuestro pequeño bienestar mientras la vida se
va apagando en nosotros.
Llega un momento en que no sabemos
ya reaccionar. Sentimos que nuestra vida está vacía y la llenamos de
experiencias, información y diversiones. Nos falta vida interior y nos
engañamos viviendo en movimiento continuo, agitados por la prisa y las
ocupaciones. Podemos gastar la vida entera «haciendo cosas» pero sin descubrir
en ella nada santo ni sagrado.
Desgraciadamente, tampoco la
religión logra a veces despertar nuestra vida. Se puede practicar una «religión
dormida» que da tranquilidad pero no vida. Vivimos tan ocupados en nuestros
trabajos y desdichas que jamás tenemos un momento libre en el que podamos
sentir qué es amar y compartir, qué es ser amable y solidario. Y sin vivir nada
de esto, ¡queremos saber algo de Dios!
Jesús repite una y otra vez una
llamada apremiante: «despierten, vivan atentos y vigilantes, pues se les puede
pasar la vida sin enterarse de nada».
No es fácil escuchar esa llamada,
pues, de ordinario, no escuchamos a quien nos dice algo contrario a lo que
pensamos. Y los hombres y mujeres de hoy pensamos que somos inteligentes y
lúcidos.
Para despertar es necesario conocernos
mejor. Comenzamos a ser sabios cuando tomamos conciencia de nuestra estupidez.
Empezamos a ser más profundos cuando observamos la superficialidad de nuestra
vida. La verdad se abre paso cuando reconocemos nuestros engaños. El orden
llega a nosotros cuando advertimos el desorden en que vivimos. Despertar es
darnos cuenta de que vivimos dormidos.
Lo importante para vivir despiertos
es caminar más despacio, cuidar mejor el silencio y estar más atentos a las
llamadas del corazón. Pero sin, duda, lo decisivo es vivir amando. Sólo quien
ama vive intensamente, con alegría y vitalidad, despierto a lo esencial.
Por otra parte, para despertar de
una «religión dormida» sólo hay un camino: buscar más allá de los ritos y las
creencias, ahondar más en nuestra verdad ante Dios y abrirnos confiadamente a
su misterio. «Dichosos aquellos a quienes el Señor, al llegar, los encuentre en
vela».
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