Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 2,41-52
María conservaba todo esto en su corazón.
Los hombres terminamos por
acostumbrarnos a casi todo. Decía Ch. Peguy que «hay algo peor que tener un
alma perversa, y es tener un alma acostumbrada». Por eso no nos puede extrañar
demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en superficialidad y
consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo y gozoso a tantos hombres y
mujeres de «alma acostumbrada». Ya no nos sorprende ni conmueve un Dios que se
nos ofrece como niño.
Lo dice A. Saint-Exupéry en el prólogo
de su delicioso «Principito»: «Todas las personas mayores han sido niños antes.
Pero pocas lo recuerdan». Se nos olvida lo que es ser niños. Y se nos olvida
que la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una mirada de niño.
Pero ésa es justamente la noticia de la
Navidad. Dios es y sigue siendo, misterio, pero ahora sabemos que no es un ser
tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos ofrece cercano y
entrañable desde la ternura y la transparencia de un niño.
Y éste es el mensaje de la Navidad. Para
salir al encuentro de ese Dios, hay que cambiar el corazón, hacerse niños,
nacer de nuevo, recuperar la transparencia, abrirse confiados a la gracia y al
perdón.
A pesar de nuestra aterradora
superficialidad, de nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, de
nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en nuestro
corazón un rincón en el que todavía no hemos dejado de ser niños.
Atrevámonos siquiera una vez a mirarnos
con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco de silencio a nuestro alrededor.
Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas, nerviosismos, compras y
compromisos. Escuchemos dentro de nosotros ese «corazón de niño» que no se ha
cerrado todavía a la posibilidad de una vida más sincera y más confiada en
Dios.
Es posible que escuchemos una llamada a
renacer a una fe nueva. Una fe que no anquilosa, sino que rejuvenece; que no
nos encierra en nosotros mismos, sino que nos abre; que no recela, sino confía;
que no entristece, sino ilumina; que no teme, sino ama.