UN DIOS CERCANO...
Reflexión inspirada en
el evangelio según san Lucas 2,1-14
“Les ha nacido un
Salvador.”
La Navidad es mucho más
que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira estos días en
nuestras calles. Una fiesta mucho más honda y gozosa que todos los artilugios
de nuestra sociedad de consumo.
Los creyentes tenemos
que recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir detrás de tanta
superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría.
Tenemos que aprender a «celebrar» la Navidad. No todos saben lo que es
celebrar. No todos saben lo que es abrir el corazón a la alegría.
Y, sin embargo, no
entenderemos la Navidad si no sabemos hacer silencio en nuestro corazón, abrir
nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, reconciliarnos con la
vida que se nos ofrece, y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo.
En medio de nuestro
vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la
alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida» (S. León Magno).
No se trata de una
alegría insulsa y superficial. La alegría de quienes están alegres sin saber
por qué. «Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría
plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar
entre nosotros» (L. Boff). Hay una alegría que sólo la pueden disfrutar quienes
se abren a la cercanía de Dios, y se dejan coger por su ternura.
Una alegría que nos
libera de miedos, desconfianzas e inhibiciones ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios
que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un
pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a
los hombres. Se nos ha acercado en la ternura de un niño a quien podemos hacer
sonreír o llorar.
Dios no puede ser ya el
Ser Omnipotente y Poderoso que nosotros sospechamos, encerrado en la seriedad y
el misterio de un mundo inaccesible. Dios es este niño entregado cariñosamente
a la humanidad, este pequeño que busca nuestra mirada para alegrarnos con su
sonrisa.
El hecho de que Dios se
haya hecho niño, dice mucho más de cómo es Dios, que todas nuestras cavilaciones
y especulaciones sobre su misterio.
Si supiéramos
detenernos en silencio ante este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser
toda la cercanía y la ternura de Dios, quizás entenderíamos por qué el corazón
de un creyente debe estar transido de una alegría diferente estos días de
Navidad.
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