Reflexión inspirada
en el evangelio según san Marcos 16, 15-20
Proclamen la Buena
Noticia.
Hacia el año 9 a.C., los pueblos griegos
de la provincia romana de Asia tomaron la decisión de cambiar el calendario. En
adelante la historia de la Humanidad no se contaría a partir de la fundación de
Roma, sino a partir del nacimiento de Augusto. La razón era de peso. Él había
sido «Buena Noticia» (euangelion) para todos, pues había traído la paz
introduciendo en el mundo un orden nuevo. Augusto era el gran «bienhechor» y
«salvador».
Los cristianos comenzaron a proclamar un
mensaje muy diferente: «La Buena Noticia no es Augusto sino Jesús». Por eso, el
evangelista Marcos tituló así su evangelio: «Buena Noticia de Jesús, el Mesías,
Hijo de Dios». Y por eso, en su evangelio, el mandato final del resucitado es
éste: «Vayan al mundo entero y proclamen la Buena Noticia a toda la creación».
«Buena noticia» es algo que, en medio de
tantas experiencias malas, trae a la vida de la gente una esperanza nueva. Las
«buenas noticias» aportan luz, despiertan la alegría, dan un sentido nuevo a
todo, animan a vivir de manera más abierta y fraterna. Todo esto y más es
Jesús, pero ¿cómo proclamarlo hoy como Buena Noticia?
Podemos explicar doctrinas sublimes
acerca de Jesús: en él está la «salvación» de la humanidad, la «redención» del
mundo, la «liberación» definitiva de nuestra esclavitud, la «divinización» del
ser humano. Todo esto es cierto, pero no basta. No es lo mismo exponer verdades
cuyo contenido es teóricamente bueno para el mundo, que hacer que la gente
pueda experimentarle a Jesús como algo «nuevo» y «bueno» en su propia vida.
No es difícil entender por qué la gente sentía
a Jesús como «Buena Noticia». Todo lo que él decía les hacía bien: les quitaba
el miedo a Dios, les hacía sentir su misericordia, les ayudaba a vivir
comprendidos y perdonados. Toda su manera de ser era algo bueno para todos: era
compasivo y cercano, acogía a los más olvidados, abrazaba a los más pequeños,
bendecía a los enfermos, se fijaba en los últimos. Toda su actuación introducía
en la vida de las personas algo bueno: salud, perdón, verdad, fuerza interior,
esperanza. ¡Era una suerte encontrarse con él!
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