Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 1, 40-45
Si quieres, puedes
limpiarme.
No hace falta haber leído mucho a Freud
para comprobar cómo una falsa exaltación de la culpa ha invadido, coloreado y,
muchas veces, pervertido la experiencia religiosa de no pocos creyentes. Basta
nombrarles a Dios para que lo asocien inmediatamente a sentimientos de culpa,
remordimiento y temor a castigos eternos. El recuerdo de Dios les hace sentirse
mal.
Les parece que Dios está siempre ahí
para recordarnos nuestra indignidad. No puede uno presentarse ante él si no se
humilla antes a sí mismo. Es el paso obligado. Estas personas solo se sienten
seguras ante Dios repitiendo incesantemente el «mea culpa, mea culpa, mea
máxima culpa».
Esta forma de vivir ante Dios es
equivocada. Esa «culpa persecutoria», además de ser estéril, puede destruir a
la persona. El individuo fácilmente termina centrándolo todo en su culpa. Es
este sentimiento el que moviliza toda su vida religiosa, sus plegarias, ritos y
sacrificios. Una tristeza y un malestar secreto se instalan entonces en el
centro de su religión. No es extraño que personas que han tenido una
experiencia tan negativa, un día lo abandonen todo.
Sin embargo, no es ése el camino más
acertado. Es una equivocación eliminar de nosotros el sentimiento de culpa. C.
G. Jung y Castilla del Pino, entre otros, nos han advertido de los peligros que
encierra la negación de la culpa. Vivir «sin culpa» sería vivir desorientado en
el mundo de los valores. El individuo que no sabe registrar el daño que está
haciéndose a sí mismo o a los demás, nunca se transformará ni crecerá como
persona.
Hay un sentimiento de culpa que es
necesario para construir la vida porque introduce una autocrítica sana y
fecunda, pone en marcha una dinámica de transformación y cambio, y conduce a
vivir más y mejor.
Como siempre, lo importante es saber en
qué Dios cree uno. Si Dios es un ser exigente y siempre insatisfecho, al que
nada se le escapa y que lo controla todo con ojos de juez vigilante, la fe en
ese Dios generará angustia e impotencia ante la perfección nunca lograda. Si
Dios, por el contrario, es el Dios vivo de Jesucristo, el amigo de la vida y
aliado de la felicidad humana, la fe en ese Dios engendrará un sentimiento de
culpa sano y sanador, que impulsa a vivir de forma más digna y responsable.
La oración del leproso a Jesús puede ser
ejemplo de la invocación confiada a Dios desde la experiencia de culpa: «Si
quieres, puedes limpiarme.» Una oración de este estilo es reconocimiento de la
culpa, pero es también confianza en la misericordia de Dios y deseo de
transformar la vida.
Mensaje del Papa Francisco en ocasión de la Cuaresma 2018. by Santuario Jesus Nazareno on Scribd
Mensaje del Papa Francisco en ocasión de la Cuaresma 2018. by Santuario Jesus Nazareno on Scribd
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