domingo, 11 de febrero de 2018

SENTIMIENTOS DE CULPA



Reflexión inspirada en el evangelio según san Marcos 1, 40-45

Si quieres, puedes limpiarme.

No hace falta haber leído mucho a Freud para comprobar cómo una falsa exaltación de la culpa ha invadido, coloreado y, muchas veces, pervertido la experiencia religiosa de no pocos creyentes. Basta nombrarles a Dios para que lo asocien inmediatamente a sentimientos de culpa, remordimiento y temor a castigos eternos. El recuerdo de Dios les hace sentirse mal.

Les parece que Dios está siempre ahí para recordarnos nuestra indignidad. No puede uno presentarse ante él si no se humilla antes a sí mismo. Es el paso obligado. Estas personas solo se sienten seguras ante Dios repitiendo incesantemente el «mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa».

Esta forma de vivir ante Dios es equivocada. Esa «culpa persecutoria», además de ser estéril, puede destruir a la persona. El individuo fácilmente termina centrándolo todo en su culpa. Es este sentimiento el que moviliza toda su vida religiosa, sus plegarias, ritos y sacrificios. Una tristeza y un malestar secreto se instalan entonces en el centro de su religión. No es extraño que personas que han tenido una experiencia tan negativa, un día lo abandonen todo.

Sin embargo, no es ése el camino más acertado. Es una equivocación eliminar de nosotros el sentimiento de culpa. C. G. Jung y Castilla del Pino, entre otros, nos han advertido de los peligros que encierra la negación de la culpa. Vivir «sin culpa» sería vivir desorientado en el mundo de los valores. El individuo que no sabe registrar el daño que está haciéndose a sí mismo o a los demás, nunca se transformará ni crecerá como persona.

Hay un sentimiento de culpa que es necesario para construir la vida porque introduce una autocrítica sana y fecunda, pone en marcha una dinámica de transformación y cambio, y conduce a vivir más y mejor.

Como siempre, lo importante es saber en qué Dios cree uno. Si Dios es un ser exigente y siempre insatisfecho, al que nada se le escapa y que lo controla todo con ojos de juez vigilante, la fe en ese Dios generará angustia e impotencia ante la perfección nunca lograda. Si Dios, por el contrario, es el Dios vivo de Jesucristo, el amigo de la vida y aliado de la felicidad humana, la fe en ese Dios engendrará un sentimiento de culpa sano y sanador, que impulsa a vivir de forma más digna y responsable.


La oración del leproso a Jesús puede ser ejemplo de la invocación confiada a Dios desde la experiencia de culpa: «Si quieres, puedes limpiarme.» Una oración de este estilo es reconocimiento de la culpa, pero es también confianza en la misericordia de Dios y deseo de transformar la vida.

Mensaje del Papa Francisco en ocasión de la Cuaresma 2018. by Santuario Jesus Nazareno on Scribd


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