NI MAESTROS NI PADRES
Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 23, 1-12
No llamen padre a nadie.
El evangelio de Mateo nos ha trasmitido
unas palabras de carácter fuertemente antijerárquico donde Jesús pide a sus
seguidores que se resistan a la tentación de convertir su movimiento en un
grupo dirigido por sabios rabinos, por padres autoritarios o por dirigentes
superiores a los demás.
Son probablemente palabras muy
trabajadas por Mateo para criticar la tendencia a las aspiraciones de grandeza
y poder que se advertía ya entre los cristianos de la segunda generación, pero,
sin duda, eco del pensamiento auténtico de Jesús.
«Ustedes no se dejen llamar “maestro
“porque uno sólo es su maestro, y todos ustedes son hermanos». En la comunidad
de Jesús nadie es propietario de su enseñanza. Nadie ha de someter
doctrinalmente a otros. Todos son hermanos que se ayudan a vivir la experiencia
de un Dios Padre al que, precisamente, le gusta revelarse a los pequeños.
«Y no llamen “padre” suyo a nadie en la
tierra, porque uno sólo es su padre, el del cielo». En el movimiento de Jesús
no hay «padres». Sólo el del cielo. Nadie ha de ocupar su lugar. Nadie se ha de
imponer desde arriba sobre los demás. Cualquier título que introduzca
superioridad sobre los otros va contra la fraternidad.
Pocas exhortaciones evangélicas han sido
ignoradas o desobedecidas tan frontalmente como ésta a lo largo de los siglos.
Todavía hoy la Iglesia vive en flagrante contradicción con el evangelio. Es tal
el número de títulos, prerrogativas, honores y dignidades que no siempre es
fácil vivir la experiencia de auténticos hermanos.
Jesús pensó en una Iglesia donde no
hubiera «los de arriba» y «los de abajo»: una Iglesia de hermanos iguales y
solidarios. De nada sirve enmascarar la realidad con el lenguaje piadoso del
«servicio» o llamándonos «hermanos» en la liturgia. No es cuestión de palabras
sino de un espíritu nuevo de servicio mutuo amistoso y fraterno.
¿No veremos nunca cumplida la llamada
del evangelio?, ¿no conoceremos seguidores de Jesús que «no se dejen llamar
maestros ni padres» ni algo semejante? ¿No es posible crear una atmósfera más
sencilla, fraterna y amable en la Iglesia? ¿Qué lo impide?
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