Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 25, 31-46
Entonces dirá el
rey...
Los cristianos
llevamos veinte siglos hablando del amor. Repetimos constantemente que el amor
es el criterio último de toda actitud y comportamiento. Afirmamos que desde el
amor será pronunciado el juicio definitivo sobre todas las personas,
estructuras y realizaciones de los hombres.
Sin embargo, con
ese lenguaje tan hermoso del amor podemos estar ocultando con frecuencia el
mensaje auténtico de Jesús, mucho más directo, sencillo y concreto.
Es sorprendente
observar que Jesús apenas pronuncia en los evangelios la palabra «amor».
Tampoco en esta parábola que nos describe la suerte final de los hombres.
Al final, no se
nos juzgará de manera general sobre el amor, sino sobre algo mucho más
concreto: ¿Qué hemos hecho cuando nos hemos encontrado con alguien que nos
necesitaba? ¿Cómo hemos reaccionado ante los problemas y sufrimientos de
personas concretas que hemos ido encontrando en nuestro camino?
Lo decisivo en
la vida no es lo que decimos o pensamos, lo que creemos o escribimos. No bastan
tampoco los sentimientos hermosos, la compasión o las protestas estériles. Lo
importante es ayudar a quien nos necesita.
La mayoría de los
cristianos nos sentimos satisfechos y tranquilos porque no hacemos a nadie
ningún mal especialmente grave.
Se nos olvida
que, según la advertencia de Jesús, estamos preparando nuestro fracaso final,
siempre que cerramos nuestros ojos a las necesidades ajenas o eludimos
cualquier responsabilidad que no sea en beneficio propio o nos contentamos con
criticarlo todo, sin echar nunca una mano a nadie.
La parábola de
Jesús nos obliga a hacernos preguntas muy concretas: ¿estoy haciendo algo por
alguien? ¿a qué personas puedo yo prestar ayuda? ¿qué hago yo para que reine un
poco más de justicia, solidaridad y amistad entre nosotros? ¿Qué más podría
hacer?
La última y
decisiva enseñanza de Jesús es ésta: el reino de Dios es y será siempre de los
que aman al pobre y le ayudan en su necesidad. Esto es lo esencial y
definitivo.
Sólo que, como
dice Saint-Exupéry, «lo esencial es invisible a los ojos» y queda oculto para
quienes no saben amar gratis.
Un día se nos
abrirán los ojos y descubriremos con sorpresa que el amor es la única verdad y
que Dios reina allí donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse
por los demás.
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