Reflexión
inspirada en el evangelio según san Mateo 20, 1-16
Cada vez estoy más convencido de que
muchos de los que, entre nosotros, se dicen ateos, son hombres y mujeres que,
cuando rechazan a Dios están rechazando en realidad un “ídolo mental” que se
fabricaron cuando eran niños.
La idea de Dios que llevaban en su
interior y con la que han vivido durante algunos años se les ha quedado
pequeña. Llegado un momento, ese Dios les ha resultado un ser extraño, incómodo
y molesto y, naturalmente, se han desprendido de él.
No me cuesta nada comprender a estas
personas. Dialogando con alguno de ellos, he recordado más de una vez aquellas
certeras palabras del patriarca Máximos IV durante el Concilio: “Yo tampoco
creo en el dios en que los ateos no creen”.
En realidad, el dios que han suprimido
de sus vidas era una caricatura que se habían formado falsamente de él. Si han
vaciado su alma de ese “dios falso”, ¿no será para dejar sitio algún día al
Dios verdadero?
Pero, ¿cómo puede hoy un hombre honesto
y que busca la verdad, encontrarse con Dios?
Si se acerca a los que nos decimos
creyentes es fácil que nos encuentre rezando no al Dios verdadero sino a un
pequeño ídolo sobre el que proyectamos nuestros intereses, miedos y obsesiones.
Un Dios del que pretendemos apropiarnos
y al que intentamos utilizar para nuestro provecho olvidando su inmensa e
incomprensible bondad con todos.
Cómo rompe Jesús todos nuestros esquemas
cuando nos presenta en la parábola del «señor de la viña» a ese Dios que “da a
todos su denario», lo merezcan o no, y dice así a los que protestan: “¿Vas a
tener tú envidia porque yo soy bueno?».
Dios es bueno con todas las personas, lo
merezcamos o no, seamos creyentes o ateos. Su bondad misteriosa está más allá
de la fe de los creyentes y de la increencia de los ateos.
La mejor manera de encontrarnos con él
no es discutir entre nosotros, intercambiamos palabras y argumentos que quedan
infinitamente lejos de lo que El es en realidad.
Tal vez, lo primero sea dejar a un lado
nuestras ideas, olvidarnos de nuestros esquemas, hacer silencio en nuestro interior,
escuchar hasta el fondo la vida que palpita en nosotros... y esperar, confiar,
dejar abierto nuestro ser. Dios no se oculta indefinidamente a quien lo busca
con sincero corazón.