Reflexión inspirada en el evangelio según san Mateo 4, 12-23
El primer escritor que recogió la
actuación y el mensaje de Jesús lo resumió todo diciendo que Jesús proclamaba
la “Buena Noticia de Dios”. Más tarde, los demás evangelistas emplean el mismo
término griego (euanggelion) y expresan la misma convicción: en el Dios
anunciado por Jesús las gentes encontraban algo “nuevo” y “bueno”.
¿Hay todavía en ese Evangelio algo que
pueda ser leído, en medio de nuestra sociedad indiferente y descreída, como
algo nuevo y bueno para el hombre y la mujer de nuestros días? ¿Algo que se
pueda encontrar en el Dios anunciado por Jesús y que no proporciona fácilmente
la ciencia, la técnica o el progreso? ¿Cómo es posible vivir la fe en Dios en
nuestros días?
En el Evangelio de Jesús los creyentes
nos encontramos con un Dios desde el que podemos sentir y vivir la vida como un
regalo que tiene su origen en el misterio último de la realidad que es Amor.
Para mí es bueno no sentirme solo y perdido en la existencia, ni en manos del
destino o el azar. Tengo a Alguien a quien puedo agradecer la vida.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos
con un Dios que, a pesar de nuestras torpezas, nos da fuerza para defender
nuestra libertad sin terminar esclavos de cualquier ídolo; para no vivir
siempre a medias ni ser unos “vividores”; para ir aprendiendo formas nuevas y
más humanas de trabajar y de disfrutar, de sufrir y de amar. Para mí es bueno
poder contar con la fuerza de mi pequeña fe en ese Dios.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos
con un Dios que despierta nuestra responsabilidad para no desentendernos de los
demás. No podremos hacer grandes cosas, pero sabemos que hemos de contribuir a
una vida más digna y más dichosa para todos pensando sobre todo en los más necesitados
e indefensos. Para mí es bueno creer en un Dios que me pregunta con frecuencia
qué hago por mis hermanos.
En el Evangelio de Jesús nos encontramos
con un Dios que nos ayuda a entrever que el mal, la injusticia y la muerte no
tienen la última palabra. Un día todo lo que aquí no ha podido ser, lo que ha
quedado a medias, nuestros anhelos más grandes y nuestros deseos más íntimos
alcanzarán en Dios su plenitud. A mí me hace bien vivir y esperar mi muerte con
esta confianza.
Ciertamente, cada uno de nosotros tiene
que decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir. Cada uno ha de escuchar su
propia verdad. Para mí no es lo mismo creer en Dios que no creer. A mí me hace
bien poder hacer mi recorrido por este mundo sintiéndome acogido, fortalecido,
perdonado y salvado por el Dios revelado en Jesús.
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