Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 19,1-10
“Zaqueo... hoy tengo que alojarme en tu
casa.”
No se puede comunicar de cualquier
manera la Buena Noticia de Dios. Jesús lo hacía con un estilo inconfundible. La
escena de Jericó es un claro ejemplo.
En la ciudad vive Zaqueo, un hombre al
que todos juzgan sin piedad: es un pecador. Para Jesús es sencillamente una
persona que anda «perdida». Precisamente por eso lo busca con su mirada, le
llama por su nombre y le ofrece su amistad personal: comerá en su casa, le
escuchará, podrán dialogar. Acogido, respetado y comprendido por Jesús, aquel
hombre decide reorientar su vida.
La actuación de Jesús es sorprendente.
Nadie veía en él al representante de la Ley, sino al profeta compasivo que
acogía a todos con el amor entrañable del mismo Dios. No parecía preocupado por
la moral sino por el sufrimiento concreto de cada persona. No se le veía
obsesionado por defender su doctrina, sino atento a quien no acertaba a vivir
de manera sana.
No caminaba por Galilea en actitud de
conquista. No imponía ni presionaba. Se ofrecía, invitaba, proponía un camino
de vida sana. Sabía que la semilla podía caer en terreno hostil y su mensaje
ser rechazado. No se sentía agraviado. Seguía sembrando con la misma actitud de
Dios que envía la lluvia y hace salir su sol sobre todos sus hijos: buenos y
malos.
En ciertos sectores de la Iglesia se
está viviendo con nerviosismo y hasta crispación la pérdida de poder y espacio
social. Sin embargo, no es una desdicha que hemos de lamentar, sino una gracia
que nos puede reconducir al Evangelio.
Ya no podremos ser una Iglesia poderosa,
segura y autoritaria, que pretende «secretamente» imponerse a todos. Seremos
una Iglesia más sencilla, vulnerable y débil. No tendremos que preocupamos de
defender nuestro prestigio y poder. Seremos más humanos y sintonizaremos mejor
con los que sufren. Estaremos en mejores condiciones para comunicar el
Evangelio.
Cada vez será más inútil endurecer
nuestra predicación e intensificar nuestros lamentos y condenas. Tendremos que
aprender de Jesús a conjugar tres verbos decisivos: acoger escuchar y acompañar. Descubriremos que el Evangelio lo
comunican los creyentes en cuya vida resplandece el amor compasivo de Dios. Sin
esto, todo lo demás es inútil.