Reflexión
inspirada en el evangelio según san Lucas 11,1-13
Quien pide, recibe.
Quizás la tragedia más grave del hombre
de hoy sea su incapacidad creciente para la oración. Al hombre actual se le
está olvidando lo que es orar. Las nuevas generaciones han abandonado las
prácticas de piedad y las fórmulas de oración que han alimentado la fe de sus
padres. Hemos reducido el tiempo dedicado a la oración y la reflexión interior.
Hasta la hemos excluido prácticamente de nuestra vida.
Pero no es esto lo grave. Parece que el
hombre actual ha ido perdiendo capacidad de silencio interior y de encuentro
sincero consigo mismo y con Dios. Distraído por mil sensaciones, embotado
interiormente, encadenado a un ritmo de vida deshumanizador, está abandonando
la actitud orante ante Dios.
En una sociedad en la que se acepta como
criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento y la utilidad
inmediata, la oración queda desvalorizada como algo inútil y poco importante.
Fácilmente se afirma que lo importante es «la vida», como si la oración
perteneciera al mundo de «la muerte».
Y, sin embargo, necesitamos orar. No es
posible vivir con vigor la fe cristiana y la vocación humana, infraalimentados
interiormente. Tarde o temprano la persona experimenta la insatisfacción que
produce en el corazón humano, el vacío interior, la banalidad de lo cotidiano,
el aburrimiento de la vida y la incomunicación con el misterio.
Necesitamos orar para encontrar
silencio, serenidad y descanso que nos permitan sostener el ritmo de nuestro
quehacer diario. Necesitamos orar para vivir en actitud lúcida y vigilante en
medio de una sociedad superficial y deshumanizadora.
Necesitamos orar para enfrentarnos
valientemente a nuestra propia verdad y ser capaces de una autocrítica personal
sincera. Necesitamos orar para no desalentarnos en el esfuerzo de irnos
liberando individual y colectivamente de todo lo que nos impide ser más
humanos.
Necesitamos orar para liberarnos de
nuestra propia soledad interior y poder vivir ante un Padre, en actitud más
festiva, agradecida y creadora.
Felices los que también en nuestros días
sean capaces de experimentar en lo más profundo de su ser, la verdad de las
palabras de Jesús: «Quien pide está
recibiendo, quien busca está hallando y al que llama se le está abriendo».
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