Reflexión
inspirada en el Evangelio según san Juan 6, 24-35
La exégesis moderna no deja lugar a
dudas. Lo primero para Jesús es la vida, no la religión. Basta analizar la trayectoria
de su actividad. A Jesús se le ve siempre preocupado de suscitar y desarrollar,
en medio de aquella sociedad, una vida más sana y más digna.
Pensemos en su actuación en el mundo de
los enfermos: Jesús se acerca a quienes viven su vida de manera disminuida,
amenazada e insegura, para despertar en ellos una vida más plena. Pensemos en
su acercamiento a los pecadores: Jesús les ofrece el perdón que les haga vivir
una vida más digna, rescatada de la humillación y el desprecio. Pensemos
también en los endemoniados, incapaces de ser dueños de su existencia: Jesús
los libera de una vida alienada y desquiciada por el mal.
Como ha subrayado J. Sobrino, pobres son
aquellos para quienes la vida es una carga pesada pues no pueden vivir con un
mínimo de dignidad. Esta pobreza es lo más contrario al plan original del
Creador de la vida. Donde un ser humano no puede vivir con dignidad, la
creación de Dios aparece allí como viciada y anulada. No es extraño que Jesús
se presente como el gran defensor de la vida ni que la defienda y la exija sin
vacilar, cuando la ley o la religión es vivida «contra la vida».
Ya han pasado los tiempos en que la
teología contraponía «esta vida» (lo natural) y la otra vida (lo sobrenatural)
como dos realidades opuestas. El punto de partida, básico y fundamental es
«esta vida» y, de hecho, Jesús se preocupó de lo que aquellas gentes de Galilea
más deseaban y necesitaban que era, por lo menos vivir, y vivir con dignidad.
El punto de llegada y el horizonte de toda la existencia es «vida eterna» y,
por eso, Jesús despertaba en el pueblo la confianza final en la salvación de
Dios.
A veces los cristianos exponemos la fe
con tal embrollo de conceptos y palabras que, a la hora de la verdad, pocos se
enteran de lo que es exactamente el Reino de Dios del que habla Jesús. Sin
embargo, las cosas no son tan complicadas. Lo único que Dios quiere es esto:
una vida más humana y digna para todos y desde ahora, una vida que alcance su
plenitud en su vida eterna. Por eso se dice de Jesús que «da vida al mundo». (Jn
6, 33).
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