Reflexión inspirada
en el evangelio según san Marcos 4,26-34
Es la semilla más pequeña.
Vivimos ahogados por las malas noticias.
Emisoras de radio y televisión, noticiarios y reportajes que descargan sobre
nosotros una avalancha de noticias de odios, guerras, hambres y violencias,
escándalos grandes y pequeños. Los «vendedores de sensacionalismo» no parecen
encontrar otra cosa más notable en nuestro planeta.
La increíble velocidad con que se
extienden las noticias y los problemas nos deja aturdidos y desconcertados.
¿Qué puede hacer uno ante tanto sufrimiento? Cada vez estamos mejor informados
del mal que asola a la humanidad entera, y cada vez nos sentimos más impotentes
para afrontarlo.
La ciencia nos ha querido convencer de
que los problemas se pueden resolver con más poder tecnológico. Y nos ha lanzado
a todos a una gigantesca organización y racionalización de la vida. Pero este
poder organizado no está ya en manos de las personas, sino en las estructuras.
Se ha convertido en «un poder invisible» que se sitúa más allá del alcance de
cada individuo.
Entonces, la tentación de inhibirnos es
grande. ¿Qué puedo hacer yo para mejorar esta sociedad? ¿No son los dirigentes
políticos y religiosos quienes han de promover los cambios que se necesitan
para avanzar hacia una convivencia más digna, más humana y dichosa?
No es así. Hay en el evangelio una
llamada dirigida a todos, y que consiste en sembrar pequeñas semillas de una
nueva humanidad. Jesús no habla de cosas grandes. El reino de Dios es algo muy
humilde y modesto en sus orígenes. Algo que puede pasar tan desapercibido como
la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar de manera
insospechada.
Quizás necesitamos aprender de nuevo a
valorar las cosas pequeñas y los pequeños gestos. No nos sentimos llamados a
ser héroes ni mártires cada día, pero a todos se nos invita a vivir poniendo un
poco de dignidad en cada rincón de nuestro pequeño mundo.
Un gesto amistoso al que vive
desconcertado, una sonrisa acogedora a quien está solo, una señal de cercanía a
quien comienza a desesperar, un rayo de pequeña alegría en un corazón
agobiado... no son cosas grandes. Son pequeñas semillas del reino de Dios que todos
podemos sembrar en una sociedad complicada y triste, que ha olvidado el encanto
de las cosas sencillas y buenas.
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