Reflexión inspirada en el evangelio
según san Mateo 26, 14-27, 66
Según el relato del evangelio, los
que pasaban ante Jesús crucificado se burlaban de él y, riéndose de su
sufrimiento, le hacían dos sugerencias sarcásticas: Si eres Hijo de Dios,
«sálvate a ti mismo» y «bájate de la cruz».
Ésa es exactamente nuestra reacción
ante el sufrimiento: salvamos a nosotros mismos, pensar sólo en nuestro
bienestar y, por consiguiente, evitar la cruz, pasamos la vida sorteando todo
lo que nos puede hacer sufrir. ¿Será Dios así? ¿Alguien que sólo piensa en sí
mismo y en su felicidad?
Jesús no responde a la provocación
de los que se burlan de él. No pronuncia palabra alguna. No es el momento de
dar explicaciones. Su respuesta es el silencio. Un silencio que es respeto a
quienes lo desprecian, comprensión de su ceguera y, sobre todo, compasión y
amor.
Jesús sólo rompe su silencio para
dirigirse a Dios con un grito desgarrador: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?» No le pide que lo salve bajándolo de la cruz. Sólo que no se
oculte, ni lo abandone en este momento de muerte y sufrimiento extremo. Y Dios,
su Padre, permanece, en silencio.
Sólo escuchando hasta el fondo ese
silencio de Dios, descubrimos algo de su misterio. Dios no es un ser poderoso y
triunfante, tranquilo y feliz, ajeno al sufrimiento humano, sino un Dios
callado, impotente y humillado, que sufre con nosotros el dolor, la oscuridad y
hasta la misma muerte.
Por eso, al contemplar al
crucificado, nuestra reacción no es de burla o desprecio, sino de oración
confiada y agradecida: «No te bajes de la cruz. No nos dejes solos en nuestra
aflicción. ¿Para qué nos serviría un Dios que no conociera nuestra cruz? ¿Quién
nos podría entender?»
¿En quién podrían esperar los torturados
de tantas cárceles secretas? ¿Dónde podrían poner su esperanza tantas mujeres
humilladas y violentadas sin defensa alguna? ¿A qué se agarrarían los enfermos
crónicos y los moribundos? ¿Quién podría ofrecer consuelo a las víctimas de
tantas guerras, terrorismos, hambres y miserias? No. No te bajes de la cruz
pues si no te sentimos «crucificado» junto a nosotros, nos veremos más
«perdidos».
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