Reflexión inspirada en el texto del
evangelio según san Mateo 17, 1 - 9
La escena conocida como "la
transfiguración de Jesús" concluye de una manera inesperada. Una voz
venida de lo alto sobrecoge a los discípulos: «Este es mi Hijo amado»: el que
tiene el rostro transfigurado. «Escúchenlo a él». No a Moisés, el legislador.
No a Elías, el profeta. Escuchen a Jesús. Sólo a él.
«Al oír esto, los discípulos caen
de bruces, llenos de espanto». Les aterra la presencia cercana del misterio de
Dios, pero también el miedo a vivir en adelante escuchando sólo a Jesús. La
escena es insólita: los discípulos preferidos de Jesús caídos por tierra,
llenos de miedo, sin atreverse a reaccionar ante la voz de Dios.
La actuación de Jesús es
conmovedora: «Se acerca» para que sientan su presencia amistosa. «Los toca»
para infundirles fuerza y confianza. Y les dice unas palabras inolvidables:
«Levántense. No teman». Pónganse de pie y síganme. No tengan miedo a vivir
escuchándome a mí.
Es difícil ya ocultarlo. En la
Iglesia tenemos miedo a escuchar a Jesús. Un miedo soterrado que nos está
paralizando hasta impedirnos vivir hoy con paz, confianza y audacia tras los
pasos de Jesús, nuestro único Señor.
Tenemos miedo a la innovación, pero
no al inmovilismo que nos está alejando cada vez más de los hombres y mujeres
de hoy. Se diría que lo único que hemos de hacer en estos tiempos de profundos
cambios es conservar y repetir el pasado. ¿Qué hay detrás de este miedo?
¿Fidelidad a Jesús o miedo a poner en "odres nuevos" el "vino
nuevo" del Evangelio?
Tenemos miedo a unas celebraciones
más vivas, creativas y expresivas de la fe de los creyentes de hoy, pero nos
preocupa menos el aburrimiento generalizado de tantos cristianos buenos que no
pueden sintonizar ni vibrar con lo que allí se está celebrando.
¿Somos más fieles a Jesús urgiendo
minuciosamente las normas litúrgicas, o nos da miedo "hacer memoria"
de él celebrando nuestra fe con más verdad y creatividad?
Tenemos miedo a la libertad de los
creyentes. Nos inquieta que el pueblo de Dios recupere la palabra y diga en voz
alta sus aspiraciones, o que los laicos asuman su responsabilidad escuchando la
voz de su conciencia. En algunos crece el recelo ante religiosos y religiosas
que buscan ser fieles al carisma profético que han recibido de Dios.
¿Tenemos miedo a escuchar lo que el
Espíritu puede estar diciendo a nuestras iglesias?
¿No tememos apagar el Espíritu en
el pueblo de Dios?
En medio de su Iglesia Jesús sigue
vivo, pero necesitamos sentir con más fe su presencia y escuchar con menos
miedo sus palabras: «Levántense. No tengan miedo».
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