Reflexión inspirada en el evangelio
según san Juan 4, 5-42
Cansado del camino, Jesús se sienta
junto al manantial de Jacob, en las cercanías de la aldea de Sicar. Pronto
llega una mujer samaritana a apagar su sed. Espontáneamente, Jesús comienza a
hablar con ella de lo que lleva en su corazón.
En un momento de la conversación,
la mujer le plantea los conflictos que enfrentan a judíos y samaritanos. Los
judíos peregrinan a Jerusalén para adorar a Dios. Los samaritanos suben al monte
Garizim cuya cumbre se divisa desde el pozo de Jacob. ¿Dónde hay que adorar a
Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? ¿Qué piensa el profeta de Galilea?
Jesús comienza por aclarar que el
verdadero culto no depende de un lugar determinado, por muy venerable que pueda
ser. El Padre del cielo no está atado a ningún lugar, no es propiedad de
ninguna religión. No pertenece a ningún pueblo concreto.
No lo hemos de olvidar. Para
encontrarnos con Dios, no es necesario ir a Roma o peregrinar a Jerusalén. No
hace falta entrar en una capilla o visitar una catedral. Desde la cárcel más
secreta, desde la sala de cuidados intensivos de un hospital, desde cualquier
cocina o lugar de trabajo podemos elevar nuestro corazón hacia Dios.
Jesús no habla a la samaritana de
«adorar a Dios». Su lenguaje es nuevo. Hasta por tres veces le habla de «adorar
al Padre». Por eso, no es necesario subir a una montaña para acercarnos un poco
a un Dios lejano, desentendido de nuestros problemas, indiferente a nuestros
sufrimientos. El verdadero culto empieza por reconocer a Dios como Padre
querido que nos acompaña de cerca a lo largo de nuestra vida.
Jesús le dice algo más. El Padre
está buscando «verdaderos adoradores». No está esperando de sus hijos grandes
ceremonias, celebraciones solemnes, inciensos y procesiones. Lo que desea es
corazones sencillos que le adoren «en espíritu y en verdad».
«Adorar al Padre en espíritu» es
seguir los pasos de Jesús y dejarnos conducir como él por el Espíritu del Padre
que lo envía siempre hacia los últimos. Aprender a ser compasivos como es el
Padre. Lo dice Jesús de manera clara: «Dios es espíritu, y quienes le adoran
deben hacerlo en espíritu». Dios es amor, perdón, ternura, aliento
vivificador..., y quienes lo adoran deben parecerse a él.
«Adorar al Padre en verdad» es
vivir en la verdad. Volver una y otra vez a la verdad del Evangelio. Ser fieles
a la verdad de Jesús sin encerrarnos en nuestras propias mentiras. Después de
veinte siglos de cristianismo, ¿hemos aprendido a dar culto verdadero a Dios? ¿Somos
los verdaderos adoradores que busca el Padre?
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