UN DESTINO SORPRENDENTE
Reflexión inspirada en el Evangelio
según san Lucas 10, 1-12. 17-20
Hay expresiones de Jesús a las que
nos hemos acostumbrado sin habernos detenido nunca a extraer el contenido que
encierran. Palabras que, cuando sabemos escucharlas interiormente, tocan
nuestro ser, nos iluminan con luz nueva y nos revelan lo lejos que estamos de
entender y acoger su Evangelio.
¿Cómo puede uno reaccionar si
escucha con sinceridad, en su corazón, ese destino inaudito del que Jesús habla
para sus discípulos: «Yo os mando como corderos en medio de lobos».
En una sociedad que se nos
presenta, con frecuencia, tan mezquina, tan insensible, tan agresiva e,
incluso, a veces, tan cruel, ¿se puede vivir de otra manera que no sea la de
defensa y ataque del lobo? (homo homini lupus).
En una convivencia amenazada por
tanta agitación, intereses, rivalidades y enfrentamientos, ¿puede significar
todavía algo el vivir «como un cordero»?
Y sin embargo, hay algo atractivo
en ese destino sorprendente del discípulo cristiano. Se nos llama a vivir de
tal manera que los hombres puedan descubrir que la bondad y la benevolencia
existen y que la vida, «a pesar de todo», puede ser buena.
No tiene por qué ser todo
rivalidad, competencia y enfrentamiento destructor. También es posible
acercarse a la vida y a las personas con otra actitud de respeto, veneración y
ternura. El hombre puede ser para otro hombre no un lobo sino, sencillamente,
un ser humano.
Más aún. Aunque nos pasamos la vida
dando importancia a muchas cosas, tal vez lo único importante sea pasar por
esta vida aportando al mundo un poco más de bondad, amor y ternura.
Nuestra cultura está necesitada de
humanidad. Cada palabra odiosa que se pronuncia, cada mentira que se dice, cada
violencia que se comete, nos está empujando a todos hacia una confusión cada
vez más profunda y destructiva.
Pero no es fácil vivir hoy en esta
actitud de respeto, comprensión y acogida. Lo fácil es endurecerse cada día más
y defenderse atacando y haciendo mal.
Tal vez, tengamos que empezar por
pronunciar con humildad y sinceridad aquella bella oración: «Señor, he
ocasionado mucho mal en tu bello mundo; tengo que soportar pacientemente lo que
los demás son y lo que yo mismo soy; concédeme que pueda hacer algo para que la
vida sea un poco mejor allí donde tú me has colocado».
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