domingo, 28 de julio de 2013

PIDAN, BUSQUEN, LLAMEN...




Quien pide, recibe.
Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 11, 1-13


En las primeras comunidades cristianas se recordaban unas palabras de Jesús dirigidas a sus seguidores en las que les indica en qué actitud han de vivir: «Les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y hallarán, llamen y se les abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre».

No se dice qué pedir, qué buscar ni adónde llamar. Lo importante es la actitud de vivir pidiendo, buscando y llamando. Como un poco más tarde, Lucas dice que el Padre «dará su Espíritu Santo a los que se lo piden», parece que lo primero que hay que pedir, buscar y llamar es el Espíritu Santo de Dios.

«Pidan y se les dará». En la Iglesia se planifica, se organiza y se trabaja buscando eficacia y rendimiento. Pero, con frecuencia, sólo contamos con nuestro esfuerzo. No hay sitio para el Espíritu. Ni lo pedimos ni lo recibimos.

Pedimos vocaciones sacerdotales y religiosas pensando que es lo que más necesitamos para que la Iglesia siga funcionando, pero no pedimos vocaciones de profetas, llenos del Espíritu de Dios, que promuevan la conversión al evangelio.

«Busquen y hallarán». Con frecuencia, no sabemos buscar más allá de nuestro pasado. Nos da miedo abrir nuevos caminos. No nos atrevemos a dar por terminado lo que ya no genera vida y ahogamos nuestra creatividad para iniciar algo realmente nuevo y bueno.

Sin buscadores es difícil que la Iglesia encuentre caminos para evangelizar el mundo de hoy. Mientras tanto, los jóvenes tienen derecho a saber si en la Iglesia nos preocupamos de su futuro y del mundo nuevo en el que van a tener que vivir.

«Llamen y se les abrirá». Si nadie llama al Espíritu, no se nos abrirán nuevas puertas. Defenderemos el presente con todas nuestras fuerzas. Tendremos miedo a los cambios pues si este presente se nos viene abajo, no hay nada más. Nos falta fe en el Espíritu creador de nueva vida.


Construiremos una Iglesia segura, defendida de peligros y amenazas, pero será una Iglesia sin alegría y sin aire, porque nos faltará el Espíritu Santo de Dios.




domingo, 21 de julio de 2013

EL DERECHO A SENTARSE





María ha escogido la parte mejor.

Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 10, 38-42



Una vez más, Jesús se acerca a Betania, una aldea muy cercana a Jerusalén, a hospedarse en casa de unos hermanos a los que quiere mucho. Al parecer, lo hacía siempre que subía a la capital. En casa están sólo las mujeres. Las dos adoptan posturas diferentes. Marta se queja y Jesús pronuncia unas palabras que Lucas no quiere que se olviden en las comunidades cristianas.

Marta es la que «recibe» a Jesús y le ofrece su hospitalidad. A continuación se desvive en las múltiples tareas de ama de casa. Nada tiene de extraño. Es lo que le corresponde a la mujer en aquella sociedad. Ése es su sitio y su cometido: cocer el pan, cocinar, servir al varón, limpiarle los pies, estar al servicio de todos.

Mientras tanto, su hermana María permanece «sentada a los pies» de Jesús en actitud propia de una discípula que escucha atenta su palabra, concentrada en lo esencial. La escena es extraña pues la mujer no estaba autorizada a escuchar como discípula a los maestros de la ley.

Cuando Marta, desbordada por el trabajo, critica la indiferencia de Jesús y reclama ayuda, Jesús responde de manera sorprendente. Ningún varón judío hubiera hablado así.

Jesús no critica a Marta su acogida y su servicio. Al contrario le habla con simpatía repitiendo cariñosamente su nombre. No duda del valor y la importancia de lo que está haciendo. Pero no quiere ver a las mujeres absorbidas por las faenas de la casa: «Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas. Sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

La mujer no ha de quedar reducida a las tareas del hogar. Tiene derecho a «sentarse» como los varones a escuchar la Palabra de Dios. Lo que está haciendo María responde a la voluntad de Dios. Jesús no quiere ver a las mujeres sólo trabajando. Las quiere ver «sentadas». Por eso las acoge en su grupo como discípulas en el mismo plano y con los mismos derechos que los varones.

Es mucho lo que nos falta en la Iglesia y en la sociedad para mirar y tratar a las mujeres como lo hacía Jesús. Considerarlas como trabajadoras al servicio del varón no responde a las exigencias de ese reino de Dios, que Jesús lo entendía como un espacio sin dominación masculina.














domingo, 14 de julio de 2013

SECTARISMOS




Al verlo, le dio lástima y se acercó.


Reflexión inspirada en el Evangelio según san Lucas 10, 25-37

No siempre somos conscientes de los rechazos, desprecios y condenas que alimentamos dentro de nosotros a causa de prejuicios heredados del pasado o construidos por nosotros mismos. Sin embargo, son esos prejuicios “institucionalizados” los que modelan con frecuencia nuestra manera de sentir, de pensar y de comportarnos con otros grupos que no son el nuestro.

En todas las culturas, antiguas o modernas, el ser humano trata de afirmar su pertenencia al propio grupo social, político o religioso poniendo límites frente a los otros. Levantamos fronteras para marcar las diferencias y asegurar nuestra propia identidad.

Lo grave es que, con frecuencia, tendemos a considerar como “inferiores” a quienes son diferentes y no pertenecen a nuestra raza, nación, religión o partido. No sólo es eso. La “lealtad” al propio grupo nos puede conducir a una hostilidad o rechazo que nos pasa desapercibido, pero que forma parte de nuestro ser. Cuando esto sucede, desaparece la mirada amistosa y compasiva con la que un ser humano ha de mirar a otro.

La parábola del buen samaritano es un desafío del sectarismo que envenena nuestras relaciones. El hombre caído en el camino ve acongojado cómo se desentienden de él aquellos de los que podía esperar ayuda: los “suyos”, los representantes de su religión, los de su pueblo. Cuando se acerca un samaritano, enemigo proverbial de Israel, sólo puede esperar lo peor. Es él, sin embargo, quien se acerca, lo mira con compasión y lo salva.

Este hombre es capaz de reaccionar contra prejuicios seculares y ser “desleal” a su propio pueblo para identificarse con un ser humano que sufre y necesita ayuda. El mensaje de Jesús es claro. No ha de ser el propio grupo, la propia religión o el propio pueblo los que nos indiquen a quién amar y a quién odiar, a quién acercarnos o a quién ignorar. El amor según el evangelio exige lealtad, no al propio grupo, sino al ser humano que sufre aunque no comparta nuestra identidad. La parábola es revolucionaria: ¿Para qué sirve una religión si no es capaz de romper los sectarismos y crear fraternidad?








domingo, 7 de julio de 2013

COMO CORDEROS ENTRE LOBOS.




UN DESTINO SORPRENDENTE

Reflexión inspirada en el Evangelio según san Lucas 10, 1-12. 17-20

Hay expresiones de Jesús a las que nos hemos acostumbrado sin habernos detenido nunca a extraer el contenido que encierran. Palabras que, cuando sabemos escucharlas interiormente, tocan nuestro ser, nos iluminan con luz nueva y nos revelan lo lejos que estamos de entender y acoger su Evangelio.

¿Cómo puede uno reaccionar si escucha con sinceridad, en su corazón, ese destino inaudito del que Jesús habla para sus discípulos: «Yo os mando como corderos en medio de lobos».

En una sociedad que se nos presenta, con frecuencia, tan mezquina, tan insensible, tan agresiva e, incluso, a veces, tan cruel, ¿se puede vivir de otra manera que no sea la de defensa y ataque del lobo? (homo homini lupus).

En una convivencia amenazada por tanta agitación, intereses, rivalidades y enfrentamientos, ¿puede significar todavía algo el vivir «como un cordero»?

Y sin embargo, hay algo atractivo en ese destino sorprendente del discípulo cristiano. Se nos llama a vivir de tal manera que los hombres puedan descubrir que la bondad y la benevolencia existen y que la vida, «a pesar de todo», puede ser buena.

No tiene por qué ser todo rivalidad, competencia y enfrentamiento destructor. También es posible acercarse a la vida y a las personas con otra actitud de respeto, veneración y ternura. El hombre puede ser para otro hombre no un lobo sino, sencillamente, un ser humano.

Más aún. Aunque nos pasamos la vida dando importancia a muchas cosas, tal vez lo único importante sea pasar por esta vida aportando al mundo un poco más de bondad, amor y ternura.

Nuestra cultura está necesitada de humanidad. Cada palabra odiosa que se pronuncia, cada mentira que se dice, cada violencia que se comete, nos está empujando a todos hacia una confusión cada vez más profunda y destructiva.

Pero no es fácil vivir hoy en esta actitud de respeto, comprensión y acogida. Lo fácil es endurecerse cada día más y defenderse atacando y haciendo mal.


Tal vez, tengamos que empezar por pronunciar con humildad y sinceridad aquella bella oración: «Señor, he ocasionado mucho mal en tu bello mundo; tengo que soportar pacientemente lo que los demás son y lo que yo mismo soy; concédeme que pueda hacer algo para que la vida sea un poco mejor allí donde tú me has colocado».