¡Vete en paz…!
Reflexión inspirada en el Evangelio según san Lucas 7, 36 - 8, 3
Según el relato de Lucas, un
fariseo llamado Simón está muy interesado en invitar a Jesús a su mesa.
Probablemente, quiere aprovechar la comida para debatir algunas cuestiones con
aquel galileo que está adquiriendo fama de profeta entre la gente. Jesús acepta
la invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios.
Durante el banquete sucede algo que
Simón no ha previsto. Una prostituta de la localidad interrumpe la sobremesa,
se echa a los pies de Jesús y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle el amor
que muestra hacia quienes, como ella, viven marcadas por el desprecio general.
Ante la sorpresa de todos, besa una y otra vez los pies de Jesús y los unge con
un perfume precioso.
Simón contempla la escena
horrorizado. ¡Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa! No lo puede
soportar: aquel hombre es un inconsciente, no un profeta de Dios. A aquella
mujer impura habría que apartarla rápidamente de Jesús.
Sin embargo, Jesús se deja tocar y
querer por la mujer. Ella lo necesita más que nadie. Con ternura especial le
ofrece el perdón de Dios, luego la invita a descubrir dentro de su corazón una
fe humilde que la está salvando. Jesús sólo le desea que viva en paz: «Tus
pecados te son perdonados... Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
Todos los evangelios destacan la
acogida y comprensión de Jesús a los sectores más excluidos por casi todos de
la bendición de Dios: prostitutas, recaudadores, leprosos... Su mensaje es
escandaloso: los despreciados por las personas más religiosas tienen un lugar
privilegiado en el corazón de Dios. La razón es sólo una: son los más
necesitados de acogida, dignidad y amor.
Algún día tendremos que revisar, a
la luz de este comportamiento de Jesús, cuál es nuestra actitud en las
comunidades cristianas ante ciertos colectivos humanos como las mujeres que viven de la
prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y
luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia
como si para nosotros no existieran.
No son pocas las preguntas que nos
podemos hacer: ¿Dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la
de Jesús? ¿A quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como
hablaba él? ¿Qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición
sexual desde una actitud responsable y creyente? ¿Con quiénes pueden compartir
su fe en Jesús con paz y dignidad? ¿Quién es capaz de intuir el amor insondable
de Dios a los olvidados por todas las religiones?
¿Porqué nos cuesta tanto mirar al hermano como tal? Entramos a la casa del Señor, escuchamos misa y con eso creemos redimir todas nuestras faltas para la semana, pero salimos prejuzgando y creemos que como es nuestra opinión estamos en la razón y en el derecho de hacerlo y creídos que no es pecado. Estoy viendo, y con mucho agrado, que se están abriendo las comunidades al don de servir, hemos de crecer a la luz de Cristo siguiendo sus pasos, ejerciendo la fuerza de su palabra y comiendo a la mesa con el pecador. Porque pecadores somos todos. Y si Cristo no estuviera con los pecadores, ¿cómo podría decir que está conmigo? Es de esperar que podamos entender lo que nos pide Nuestro Señor; hacer el bien sin importar credo, color, sexo o raza. En el amor del Señor y nuestra oración todo es posible. Bendiciones hermanos en Cristo.
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