Reflexión inspirada en el Evangelio
según san Lucas 9, 51-62
Jesús emprende con decisión su
marcha hacia Jerusalén. Sabe el peligro que corre en la capital, pero nada lo
detiene. Su vida solo tiene un objetivo: anunciar y promover el proyecto del
reino de Dios. La marcha comienza mal: los samaritanos lo rechazan. Está
acostumbrado: lo mismo le ha sucedido en su pueblo de Nazaret.
Jesús sabe que no es fácil
acompañarlo en su vida de profeta itinerante. No puede ofrecer a sus seguidores
la seguridad y el prestigio que pueden prometer los letrados de la ley a sus
discípulos. Jesús no engaña a nadie. Quienes lo quieran seguir tendrán que
aprender a vivir como él.
Mientras van de camino, se le
acerca un desconocido. Se le ve entusiasmado:”Te seguiré adonde vayas”. Antes
que nada, Jesús le hace ver que no espere de él seguridad, ventajas ni
bienestar. Él mismo “no tiene dónde reclinar su cabeza”. No tiene casa, come lo
que le ofrecen, duerme donde puede.
No nos engañemos. El gran obstáculo
que nos impide hoy a muchos cristianos seguir de verdad a Jesús es el bienestar
en el que vivimos instalados. Nos da miedo tomarle en serio porque sabemos que
nos exigiría vivir de manera más generosa y solidaria. Somos esclavos de
nuestro pequeño bienestar. Tal vez, la crisis económica nos puede hacer más
humanos y más cristianos.
Otro pide a Jesús que le deje ir a
enterrar a su padre antes de seguirlo. Jesús le responde con un juego de
palabras provocativo y enigmático: “Deja que los muertos entierren a sus
muertos, tú vete a anunciar el reino de Dios”. Estas palabras desconcertantes
cuestionan nuestro estilo convencional de vivir.
Hemos de ensanchar el horizonte en
el que nos movemos. La familia no lo es todo. Hay algo más importante. Si nos
decidimos a seguir a Jesús, hemos de pensar también en la familia humana: nadie
debería vivir sin hogar, sin patria, sin papeles, sin derechos. Todos podemos
hacer algo más por un mundo más justo y fraterno.
Otro está dispuesto a seguirlo,
pero antes se quiere despedir de su familia. Jesús le sorprende con estas
palabras: “El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el
reino de Dios”. Colaborar en el proyecto de Jesús exige dedicación total, mirar
hacia adelante sin distraernos, caminar hacia el futuro sin encerrarnos en el
pasado.
Recientemente, el Papa Francisco
nos ha advertido de algo que está pasando hoy en la Iglesia: “ Tenemos miedo a
que Dios nos lleve por caminos nuevos, sacándonos de nuestros horizontes, con
frecuencia limitados, cerrados y egoístas, para abrirnos a los suyos.