"Reciban el Espíritu Santo"
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parlantes y pinche el vídeo.)
Reflexión inspirada en el evangelio de san Juan 20,19-23
La palabra es, sin duda, uno de los
rasgos más maravillosos que caracterizan al hombre. Los animales y las plantas
no hablan.
Hablar es poder expresarnos y
descubrir nuestra propia verdad. Poder comunicarnos con el otro, salir de
nosotros mismos y encontrarnos con los demás. La palabra cuando es auténtica es
diálogo, encuentro y comunión interpersonal.
Pero, la palabra y el lenguaje de
los hombres pueden ser falseados y extraviar toda su profunda verdad. No es un
«mito ingenuo» el episodio de Babel en el que la tradición bíblica supo plasmar
tan vigorosamente la tragedia de los hombres condenados, al parecer, a no
entenderse.
Cuántas veces los hombres se ven
obligados a abandonar su empresa y renunciar a la construcción de una ciudad
nueva, separados y divididos por su incapacidad de hablar un mismo lenguaje.
La incomunicación, la ruptura del
diálogo, el mutuo rechazo y la incomprensión recíproca, no conduce nunca a construir
y levantar nada verdaderamente humano.
Y uno se pregunta qué «nueva
ciudad» se puede levantar entre nosotros si no logramos escucharnos los unos a
los otros. Partidos que no se esfuerzan por comprender la postura y las razones
en las que se funda el adversario. Líderes políticos preocupados de imponernos
sus programas sin detenerse nunca a valorar respetuosamente lo que de positivo
y justo se puede encontrar en sus oponentes. Masas de hombres y mujeres que
gritan violentamente sus consignas con la única finalidad de tapar la del
contrario.
¿Qué se puede construir cuando la
voz de las metralletas sustituye al diálogo de los hombres, y cuando las
amenazas y la violencia están logrando ya que las personas no se atrevan a
manifestar sus propias convicciones?
Necesitamos un Espíritu nuevo que
nos enseñe a dialogar como hermanos. Un Espíritu que nos ayude a entender el
lenguaje del adversario. El Espíritu que nos descubra que todos somos hermanos
y todos podemos gritar a Dios: «Padre».
El Espíritu que nos libere de la
amenaza de convertir nuestro pueblo en una nueva Babel, incapaz de construir un
futuro de fraternidad. El Espíritu que nos libere del fundamentalismo, la
intransigencia, el sectarismo que nos alejan cada vez más de toda colaboración
eficaz.
¡Ojalá escuchemos entre nosotros
aquellas palabras de Pablo a las primeras comunidades cristianas: «No apaguéis
el Espíritu»! No apaguéis vuestra fe en el Padre de todos. No apaguéis vuestra
esperanza en una sociedad más fraterna.
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