domingo, 19 de mayo de 2013

HABLAR LENGUAS DIFERENTES


"Reciban el Espíritu Santo"


(Para escuchar el evangelio habilite sus parlantes y pinche el vídeo.)





Reflexión inspirada en el evangelio de san Juan 20,19-23


La palabra es, sin duda, uno de los rasgos más maravillosos que caracterizan al hombre. Los animales y las plantas no hablan.

Hablar es poder expresarnos y descubrir nuestra propia verdad. Poder comunicarnos con el otro, salir de nosotros mismos y encontrarnos con los demás. La palabra cuando es auténtica es diálogo, encuentro y comunión interpersonal.

Pero, la palabra y el lenguaje de los hombres pueden ser falseados y extraviar toda su profunda verdad. No es un «mito ingenuo» el episodio de Babel en el que la tradición bíblica supo plasmar tan vigorosamente la tragedia de los hombres condenados, al parecer, a no entenderse.

Cuántas veces los hombres se ven obligados a abandonar su empresa y renunciar a la construcción de una ciudad nueva, separados y divididos por su incapacidad de hablar un mismo lenguaje.

La incomunicación, la ruptura del diálogo, el mutuo rechazo y la incomprensión recíproca, no conduce nunca a construir y levantar nada verdaderamente humano.

Y uno se pregunta qué «nueva ciudad» se puede levantar entre nosotros si no logramos escucharnos los unos a los otros. Partidos que no se esfuerzan por comprender la postura y las razones en las que se funda el adversario. Líderes políticos preocupados de imponernos sus programas sin detenerse nunca a valorar respetuosamente lo que de positivo y justo se puede encontrar en sus oponentes. Masas de hombres y mujeres que gritan violentamente sus consignas con la única finalidad de tapar la del contrario.

¿Qué se puede construir cuando la voz de las metralletas sustituye al diálogo de los hombres, y cuando las amenazas y la violencia están logrando ya que las personas no se atrevan a manifestar sus propias convicciones?

Necesitamos un Espíritu nuevo que nos enseñe a dialogar como hermanos. Un Espíritu que nos ayude a entender el lenguaje del adversario. El Espíritu que nos descubra que todos somos hermanos y todos podemos gritar a Dios: «Padre».

El Espíritu que nos libere de la amenaza de convertir nuestro pueblo en una nueva Babel, incapaz de construir un futuro de fraternidad. El Espíritu que nos libere del fundamentalismo, la intransigencia, el sectarismo que nos alejan cada vez más de toda colaboración eficaz.

¡Ojalá escuchemos entre nosotros aquellas palabras de Pablo a las primeras comunidades cristianas: «No apaguéis el Espíritu»! No apaguéis vuestra fe en el Padre de todos. No apaguéis vuestra esperanza en una sociedad más fraterna.









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