Reflexión
inspirada en el evangelio según san Lucas 6,17.20-26
Uno puede leer y escuchar cada vez con
más frecuencia noticias optimistas sobre la superación de la crisis y la
recuperación progresiva de la economía.
Se nos dice que estamos asistiendo ya a
un crecimiento económico, pero ¿crecimiento de qué? ¿crecimiento para quién?
Apenas se nos informa de toda la verdad de lo que está sucediendo.
La recuperación económica que está en
marcha, va consolidando e, incluso, perpetuando la llamada “sociedad dual”. Un
abismo cada vez mayor se está abriendo entre los que van a poder mejorar su
nivel de vida cada vez con más seguridad y los que van a quedar descolgados,
sin trabajo ni futuro en esta vasta operación económica.
De hecho, está creciendo al mismo tiempo
el consumo ostentoso y provocativo de los cada vez más ricos y la miseria e
inseguridad de los cada vez más pobres.
La parábola del hombre rico “que se
vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día” y del pobre
Lázaro que buscaba, sin conseguirlo, saciar su estómago de lo que tiraban de la
mesa del rico, es una cruda realidad en la sociedad dual.
Entre nosotros existen esos “mecanismos
económicos, financieros y sociales” denunciados por Juan Pablo II, “los cuales,
aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi
automático, haciendo más rígidas las situaciones de riqueza de los unos y de
pobreza de los otros”.
Una vez más estamos consolidando una
sociedad profundamente desigual e injusta. En esa encíclica tan lúcida y
evangélica que es la “Sollicitudo rei socialis”, tan poco escuchada, incluso
por los que lo vitorean constantemente, Juan Pablo II descubre en la raíz de
esta situación algo que sólo tiene un nombre: pecado.
Podemos dar toda clase de explicaciones
técnicas, pero cuando el resultado que se constata es el enriquecimiento
siempre mayor de los ya ricos y el hundimiento de los más pobres, ahí se está
consolidando la insolidaridad y la injusticia.
En sus bienaventuranzas, Jesús advierte
que un día se invertirá la suerte de los ricos y de los pobres. Es fácil que
también hoy sean bastantes los que, siguiendo a Nietzsche, piensen que esta
actitud de Jesús es fruto del resentimiento y la impotencia de quien, no
pudiendo lograr más justicia, pide la venganza de Dios.
Sin embargo, el mensaje de Jesús no nace
de la impotencia de un hombre derrotado y resentido, sino de su visión intensa
de la justicia de Dios, que no puede permitir el triunfo final de la
injusticia.
Han pasado veinte siglos, pero la
palabra de Jesús sigue siendo decisiva para los ricos y para los pobres.
Palabra de denuncia para unos y de promesa para otros, sigue viva y nos
interpela a todos.
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