Reflexión inspirada en el evangelio según san Lucas 6,27-38
Amen a sus enemigos.
El mensaje de Jesús es claro y rotundo:
«Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian». ¿Qué podemos hacer
con estas palabras?, ¿suprimirlas del Evangelio?, ¿tacharlas como algo absurdo
e imposible?, ¿dar rienda suelta a nuestra irritación? Tal vez, hemos de
empezar por conocer mejor el proceso del perdón.
Es importante, en primer lugar, entender
y aceptar los sentimientos de cólera, rebelión o agresividad que nacen en
nosotros. Es normal. Estamos heridos. Para no hacernos todavía más daño,
necesitamos recuperar en lo posible la paz y la fuerza interior que nos ayuden
a reaccionar de manera sana.
La primera decisión del que perdona es
no vengarse. No es fácil. La venganza es la respuesta casi instintiva que nos
nace de dentro cuando nos han herido o humillado. Buscamos compensar nuestro
sufrimiento haciendo sufrir al que nos ha hecho daño. Para perdonar es
importante no gastar energías en imaginar nuestra revancha.
Es decisivo, sobretodo, no alimentar
nuestro resentimiento. No permitir que la hostilidad y el odio se instalen para
siempre en nuestro corazón. Tenemos derecho a que se nos haga justicia: el que
perdona no renuncia a sus derechos. Lo importante es irnos curando del daño que
nos han hecho.
Perdonar puede exigir tiempo. El perdón
no consiste en un acto de la voluntad que lo arregla rápidamente todo. Por lo
general, el perdón es el final de un proceso en el que intervienen también la
sensibilidad, la comprensión, la lucidez y, en el caso del creyente, la fe en
un Dios de cuyo perdón vivimos todos.
Para perdonar es necesario a veces
compartir con alguien nuestros sentimientos, recuerdos y reacciones. Perdonar
no quiere decir olvidar el daño que nos han hecho, pero sí recordarlo de otra
manera menos dañosa para el ofensor y para uno mismo. El que llega a perdonar
se vuelve a sentir mejor. Es capaz de desear el bien a todos incluso a quienes
lo habían herido.
Quien va entendiendo así el perdón,
comprende que el mensaje de Jesús, lejos de ser algo imposible e irritante, es
el camino más acertado para ir curando las relaciones humanas. siempre
amenazadas por nuestras injusticias y conflictos.