Reflexión
inspirada en el Evangelio según San Marcos 12, 28b-34
“Amarás a tu prójimo.”
Casi nadie piensa que el amor es algo
que hay que ir aprendiendo poco a poco a lo largo de la vida. La mayoría da por
supuesto que el ser humano sabe amar espontáneamente.
Por eso se pueden detectar tantos
errores y tanta ambigüedad en ese mundo misterioso y atractivo del amor.
Hay quienes piensan que el problema del
amor consiste fundamentalmente en ser amado y no en amar. Por eso se pasan la
vida esforzándose por lograr que se los ame.
Para estas personas lo importante es ser
atractivo, resultar agradable, tener una conversación interesante, hacerse
querer. En general, terminan siendo bastante desdichados.
Otros están convencidos de que amar es
algo sencillo y que lo difícil es encontrar personas agradables y apropiadas a
las que se les pueda querer. Estos sólo se acercan a quien les cae simpático.
En cuanto no encuentran la respuesta apetecida, su «amor» se desvanece.
Hay quienes confunden el amor con el
deseo. Todo lo reducen a encontrar a alguien que satisfaga su deseo de
compañía, afecto o placer. Cuando dicen “te quiero”, en realidad están diciendo
“te deseo”, “me apetece”.
Cuando Jesús habla del amor a Dios y al
prójimo como lo más importante y decisivo de la vida, está pensando en otra
cosa.
Para Jesús, el amor es la fuerza que
mueve y hace crecer la vida pues nos puede liberar de la soledad y la
separación para hacernos entrar en la comunión con Dios y con los otros.
Pero, concretamente, ese “amar al
prójimo como a uno mismo” requiere un verdadero aprendizaje, siempre posible
para quien tiene a Jesús como Maestro.
La primera tarea es aprender a escuchar
al otro. Tratar de comprender lo que ocurre en su intimidad. Sin esa escucha
sincera de sus sufrimientos, necesidades y aspiraciones no es posible el
verdadero amor.
Lo segundo es aprender a dar. No hay
amor allí donde no hay entrega generosa, donación desinteresada, regalo. El
amor es todo lo contrario a acaparar, apropiarse del otro, utilizarlo,
aprovecharse de él.
Por último, amar exige aprender a
perdonar. Aceptar al otro con sus debilidades y su mediocridad. No retirar
rápidamente la amistad o el amor. Ofrecer una y otra vez la posibilidad del
reencuentro. Devolver bien por mal.
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