Reflexión inspirada en el Evangelio según san Juan 6, 51-59
Según el relato de Juan, una vez más los
judíos, incapaces de ir más allá de lo físico y material, interrumpen a Jesús,
escandalizados por el lenguaje agresivo que emplea: «¿Cómo puede este darnos a
comer su carne?». Jesús no retira su afirmación, sino que da a sus palabras un
contenido más profundo.
El núcleo de su exposición nos permite
adentrarnos en la experiencia que vivían las primeras comunidades cristianas al
celebrar la eucaristía. Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en él,
sino que han de alimentarse y nutrir su vida de su misma persona. La eucaristía
es una experiencia central en los seguidores de Jesús.
Las palabras que siguen no hacen sino destacar
su carácter fundamental e indispensable: «Mi carne es verdadera comida y mi
sangre es verdadera bebida». Si los discípulos no se alimentan de él, podrán
hacer y decir muchas cosas, pero no han de olvidar sus palabras: «No tendréis
vida en vosotros». Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos
de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus
criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la eucaristía. Solo lo
conocen aquellos que comulgan con él y se alimentan de su pasión por el Padre y
de su amor a sus hijos.
El lenguaje de Jesús es de gran fuerza
expresiva. A quien sabe alimentarse de él le hace esta promesa: «Ese habita en
mí y yo en él». Quien se nutre de la eucaristía experimenta que su relación con
Jesús no es algo externo. Jesús no es modelo de vida que imitamos desde fuera.
Alimenta nuestra vida desde dentro.
Esta experiencia de «habitar» en Jesús y
dejar que Jesús «habite» en nosotros puede transformar de raíz nuestra fe. Ese
intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras,
constituye la verdadera relación del discípulo con Jesús. Esto es seguirlo
sostenidos por su fuerza vital.
La vida que Jesús transmite a sus
discípulos en la eucaristía es la que él mismo recibe del Padre, que es Fuente
inagotable de vida plena. Una vida que no se extingue con nuestra muerte
biológica. Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: «El que
coma de este pan vivirá para siempre».
Sin duda, el signo más grave de la crisis
de la fe cristiana entre nosotros es el abandono tan generalizado de la
eucaristía dominical. Para quien ama a Jesús es doloroso observar cómo la
eucaristía va perdiendo su poder de atracción. Pero es más doloroso aún ver que
desde la Iglesia asistimos a este hecho sin atrevernos a reaccionar. ¿Por qué?
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