Reflexión
inspirada en el evangelio según san Lucas 16,19-31
Un mendigo llamado Lázaro estaba echado
en su portal.
La parábola parece narrada para
nosotros. Jesús habla de un rico poderoso. Sus vestidos de púrpura y lino
indican lujo y ostentación. Su vida es una fiesta continua. Sin duda, pertenece
a ese sector privilegiado que vive en Tiberíades, Séforis o Jerusalén. Son los
que poseen riqueza, tienen poder y disfrutan de una vida fastuosa.
Muy cerca, echado junto a la puerta de
su mansión está un mendigo. No está cubierto de lino y púrpura, sino de llagas
repugnantes. No sabe lo que es festín. No le dan ni de lo que tiran de la mesa
del rico. Sólo los perros callejeros se le acercan a lamerle las llagas. No
posee nada, excepto un nombre, Lázaro o Eliezer que significa Mi Dios es ayuda.
La escena es insoportable. El rico lo
tiene todo. No necesita ayuda alguna de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro.
Vive en la inconsciencia total. ¿No se parece a nosotros? Lázaro, por su parte,
es un ejemplo de pobreza total: enfermo, hambriento, excluido, ignorado por
quien le podría ayudar. Su única esperanza es Dios. ¿No se parece a tantos
millones de hombres y mujeres hundidos en la miseria?
La mirada penetrante de Jesús está
desenmascarando la realidad. Las clases más poderosas y los estratos más
míseros parecen pertenecer a la misma sociedad, pero están separados por una
barrera casi invisible: esa puerta que el rico no atraviesa nunca para
acercarse a Lázaro.
Jesús no pronuncia palabra alguna de
condena. Es suficiente desenmascarar la realidad. Dios no puede tolerar que las
cosas queden así para siempre. Es inevitable el vuelco de esta situación. Esa
barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un abismo
infranqueable y definitivo.
El obstáculo para hacer un mundo más
justo son los ricos que levantan barreras cada vez más seguras para que los
pobres no entren en su país, ni lleguen hasta sus residencias, ni llamen a su
puerta. Dichosos los seguidores de Jesús que rompen barreras, atraviesan
puertas, abren caminos y se acercan a los últimos. Ellos encaman al Dios que
ayuda a los pobres.
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