Reflexión inspirada en el evangelio
según san Lucas 17,5-10
Señor auméntanos la fe.
Según las primeras fuentes cristianas,
los discípulos que rodean a Jesús no destacan por su adhesión entusiasta a su
Maestro, sino por su fe pequeña y débil. Es tal su incapacidad para entender a
Jesús que un evangelista los presenta dirigiéndose a él con esta petición:
«Señor, auméntanos la fe». ¿No será ésta la oración que hemos de hacer los
cristianos de hoy?
Auméntanos la fe porque continuamente
nos desviamos de tu Evangelio.
Ocupados en escuchar nuestros miedos e
incertidumbres, no acertamos a oír tu voz ni en nuestras comunidades ni en
nuestros corazones. Ya no sabemos arrodillarnos ni física ni interiormente ante
ti. Despierta nuestra fe porque si perdemos contacto contigo, seguirá creciendo
en nosotros el desconcierto y la inseguridad.
Aumenta nuestra fe para percibir tu
presencia en el centro mismo de nuestra debilidad. Que no alimentemos nuestra
vida con doctrinas teóricas, sino con la experiencia interna de tu persona. Que
nos dejemos guiar por tu Espíritu y no por nuestro instinto de conservación.
Si cada uno no cambia, nada cambiará en
tu Iglesia. Si todos seguimos cautivos de la inercia, nada diferente nacerá
entre tus discípulos. Si nadie se atreve a dejarse arrastrar por tu
creatividad, tu Espíritu quedará bloqueado por nuestra cobardía.
Auméntanos la fe para predicar sólo lo
que creemos. No más, tampoco menos. Que no dictaminemos sobre problemas que no
nos duelen. Que no condenemos ligeramente a quienes necesitan sobre todo calor
y cobijo.
Señor, aumenta nuestra fe para
encontrarte no sólo en los templos sino en el dolor de los que sufren; para
escuchar tu llamada no sólo en las Escrituras Sagradas sino en el grito de
quienes viven y mueren de hambre. Que nunca olvidemos que son los pobres
quienes plantean a tu Iglesia las preguntas más graves.
Auméntanos la fe para creer en un mundo
nuevo como creías tú, para amar la vida de todos como la amabas tú. Recuérdanos
que nuestra primera tarea es poner en tu nombre signos de misericordia y
esperanza en medio del mundo.
Reflexión
inspirada en el evangelio según san Lucas 16,19-31
Un mendigo llamado Lázaro estaba echado
en su portal.
La parábola parece narrada para
nosotros. Jesús habla de un rico poderoso. Sus vestidos de púrpura y lino
indican lujo y ostentación. Su vida es una fiesta continua. Sin duda, pertenece
a ese sector privilegiado que vive en Tiberíades, Séforis o Jerusalén. Son los
que poseen riqueza, tienen poder y disfrutan de una vida fastuosa.
Muy cerca, echado junto a la puerta de
su mansión está un mendigo. No está cubierto de lino y púrpura, sino de llagas
repugnantes. No sabe lo que es festín. No le dan ni de lo que tiran de la mesa
del rico. Sólo los perros callejeros se le acercan a lamerle las llagas. No
posee nada, excepto un nombre, Lázaro o Eliezer que significa Mi Dios es ayuda.
La escena es insoportable. El rico lo
tiene todo. No necesita ayuda alguna de Dios. No ve al pobre. Se siente seguro.
Vive en la inconsciencia total. ¿No se parece a nosotros? Lázaro, por su parte,
es un ejemplo de pobreza total: enfermo, hambriento, excluido, ignorado por
quien le podría ayudar. Su única esperanza es Dios. ¿No se parece a tantos
millones de hombres y mujeres hundidos en la miseria?
La mirada penetrante de Jesús está
desenmascarando la realidad. Las clases más poderosas y los estratos más
míseros parecen pertenecer a la misma sociedad, pero están separados por una
barrera casi invisible: esa puerta que el rico no atraviesa nunca para
acercarse a Lázaro.
Jesús no pronuncia palabra alguna de
condena. Es suficiente desenmascarar la realidad. Dios no puede tolerar que las
cosas queden así para siempre. Es inevitable el vuelco de esta situación. Esa
barrera que separa a los ricos de los pobres se puede convertir en un abismo
infranqueable y definitivo.
El obstáculo para hacer un mundo más
justo son los ricos que levantan barreras cada vez más seguras para que los
pobres no entren en su país, ni lleguen hasta sus residencias, ni llamen a su
puerta. Dichosos los seguidores de Jesús que rompen barreras, atraviesan
puertas, abren caminos y se acercan a los últimos. Ellos encaman al Dios que
ayuda a los pobres.
Reflexión inspirada en el evangelio según san
Lucas 16,1-13
“No
pueden servir a Dios y al dinero”.
El
evangelista Marcos resume correctamente el mensaje de Jesús cuando dice que
«proclamaba la Buena Noticia de Dios» y predicaba: «El Reino de Dios está
cerca. Conviértanse y crean la Buena Noticia». Son pocos los que sospechan el
desafío y la provocación que encierran estas palabras aparentemente tan
piadosas e inofensivas.
Jesús
cuestiona, antes que nada, la manera de entender la realidad que domina hoy en
el mundo occidental. Nuestra visión es estrecha y unidimensional. Para el
hombre moderno, la realidad termina donde termina nuestra capacidad de
comprobar las cosas. No hay nada más que lo que nosotros podemos verificar (!).
Frente a este «ateísmo práctico» que configura la cultura moderna, Jesús habla
de Dios. Hay otra dimensión que está más allá del mundo visible de nuestra
experiencia ordinaria; la realidad es más rica y profunda que lo que la ciencia
nos quiere hacer creer: hay Dios.
Esta
Realidad que Jesús llama Dios no es algo tenebroso para el ser humano. No es
tampoco un Ídolo insaciable al que las diversas religiones se esfuerzan por
aplacar. Dios es una «Buena Noticia», pues lo único que busca es una vida digna
y dichosa para todos. Es un grave error que la cultura moderna arranque de las
conciencias la fe en este Dios, pues es dejar al ser humano sin su fuerza más
poderosa de orientación y realización.
Olvidado
ese Dios que defiende la vida y dignidad de todo ser humano, incluso del más
indefenso y desgraciado, Occidente va desarrollando una idolatría cada vez más
masiva y decadente. Obsesionados por el culto al dinero, al bienestar, a la
satisfacción material o el poder, estamos cada vez más ciegos para ver las
víctimas sacrificadas en honor de nuestros ídolos. Los políticos más poderosos
justifican de manera vergonzosa el egoísmo increíble de Occidente, y las
Iglesias, domesticadas por la cultura del bienestar, no tienen fuerza para
gritar y despertar las conciencias.
La
llamada de Jesús es más actual que nunca. «No pueden servir a Dios y al
dinero». Hay que cambiar nuestra manera de ver la realidad. Hay que centrar de
nuevo la historia en ese Dios que nos recuerda la dignidad de todo ser humano.
Hemos de transformar las conciencias y rebelarnos frente a la indignidad de
esta civilización. Al menos, que no cuenten con nosotros, los que queremos
seguir a Jesús.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Lucas 15, 1-32
Todos los publicanos y
pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los
escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con
ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola: “Si alguien tiene cien ovejas y
pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que
se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus
hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos,
y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había
perdido’. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo
por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no
necesitan convertirse”. Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y
pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado
hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les
dice: ‘Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido’.
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo
pecador que se convierte”. Jesús dijo también: “Un hombre tenía dos hijos. El
menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me
corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo
menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus
bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha
miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al
servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para
cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían
los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de
hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el
Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de
tus jornaleros’. Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía
estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su
encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo
y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus
servidores: ‘Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en
el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo.
Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y fue encontrado’. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en
el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que
acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que
significaba eso. Él le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo
matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo’. Él se enojó y
no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió:
‘Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus
órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y
ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con
mujeres, haces matar para él el ternero engordado!’. Pero el padre le dijo:
‘Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya
fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado’”.
Palabra del Señor.
Reflexión
inspirada en el evangelio según san Lucas 15,1-32
El gesto más
provocativo y escandaloso de Jesús fue, sin duda, su forma de acoger con
simpatía especial a pecadoras y pecadores, excluidos por los dirigentes
religiosos y marcados socialmente por su conducta al margen de la Ley. Lo que
más irritaba era su costumbre de comer amistosamente con ellos.
De ordinario, olvidamos
que Jesús creó una situación sorprendente en la sociedad de su tiempo. Los
pecadores no huyen de él. Al contrario, se sienten atraídos por su persona y su
mensaje. Lucas nos dice que “los pecadores y publicanos solían acercarse a
Jesús para escucharle”. Al parecer, encuentran en él una acogida y comprensión
que no encuentran en ninguna otra parte.
Mientras tanto, los
sectores fariseos y los doctores de la Ley, los hombres de mayor prestigio
moral y religioso ante el pueblo, solo saben criticar escandalizados el
comportamiento de Jesús: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. ¿Cómo
puede un hombre de Dios comer en la misma mesa con aquella gente pecadora e
indeseable?
Jesús nunca hizo caso
de sus críticas. Sabía que Dios no es el Juez severo y riguroso del que
hablaban con tanta seguridad aquellos maestros que ocupaban los primeros
asientos en las sinagogas. El conoce bien el corazón del Padre. Dios entiende a
los pecadores; ofrece su perdón a todos; no excluye a nadie; lo perdona todo.
Nadie ha de oscurecer y desfigurar su perdón insondable y gratuito.
Por eso, Jesús les
ofrece su comprensión y su amistad. Aquellas prostitutas y recaudadores han de
sentirse acogidos por Dios. Es lo primero. Nada tienen que temer. Pueden
sentarse a su mesa, pueden beber vino y cantar cánticos junto a Jesús. Su
acogida los va curando por dentro. Los libera de la vergüenza y la humillación.
Les devuelve la alegría de vivir.
Jesús los acoge tal
como son, sin exigirles previamente nada. Les va contagiando su paz y su
confianza en Dios, sin estar seguro de que responderán cambiando de conducta.
Lo hace confiando totalmente en la misericordia de Dios que ya los está
esperando con los brazos abiertos, como un padre bueno que corre al encuentro
de su hijo perdido.
La primera tarea de una
Iglesia fiel a Jesús no es condenar a los pecadores sino comprenderlos y
acogerlos amistosamente.
En Roma se puede comprobar
que, siempre que el Papa Francisco insiste en que Dios perdona siempre, perdona
todo, perdona a todos..., la gente aplaude con entusiasmo. Seguramente es lo
que mucha gente de fe pequeña y vacilante necesita escuchar hoy con claridad de
la Iglesia.
Reflexión inspirada en el evangelio
según san Lucas 14,25-33
No puede ser discípulo mío.
Los ejemplos que emplea Jesús son muy
diferentes, pero su enseñanza es la misma: el que emprende un proyecto
importante de manera temeraria, sin examinar antes si tiene medios y fuerzas
para lograr lo que pretende, corre el riesgo de terminar fracasando.
Ningún labrador se pone a construir una
torre para proteger sus viñas, sin tomarse antes un tiempo para calcular si
podrá concluirla con éxito, no sea que la obra quede inacabada, provocando las
burlas de los vecinos. Ningún rey se decide a entrar en combate con un
adversario poderoso, sin antes analizar si aquella batalla puede terminar en
victoria o será un suicidio.
A primera vista, puede parecer que Jesús
está invitando a un comportamiento prudente y precavido, muy alejado de la
audacia con que habla de ordinario a los suyos. Nada más lejos de la realidad.
La misión que quiere encomendar a los suyos es tan importante que nadie ha de
comprometerse en ella de forma inconsciente, temeraria o presuntuosa.
Su advertencia cobra gran actualidad en
estos momentos críticos y decisivos para el futuro de nuestra fe. Jesús llama,
antes que nada, a la reflexión madura: los dos protagonistas de las parábolas
«se sientan» a reflexionar. Sería una grave irresponsabilidad vivir hoy como
discípulos de Jesús, que no saben lo que quieren, ni a dónde pretenden llegar,
ni con qué medios han de trabajar.
¿Cuándo nos vamos a sentar para aunar
fuerzas, reflexionar juntos y buscar entre todos el camino que hemos de seguir?
¿No necesitamos dedicar más tiempo, más escucha del evangelio y más meditación
para descubrir llamadas, despertar carismas y cultivar un estilo renovado de
seguimiento a Jesús?
Jesús llama también al realismo. Estamos
viviendo un cambio sociocultural sin precedentes. ¿Es posible contagiar la fe
en este mundo nuevo que está naciendo, sin conocerlo bien y sin comprenderlo
desde dentro? ¿Es posible facilitar el acceso al Evangelio ignorando el
pensamiento, los sentimientos y el lenguaje de los hombres y mujeres de nuestro
tiempo? ¿No es un error responder a los retos de hoy con estrategias de ayer?
Sería una temeridad en estos momentos
actuar de manera inconsciente y ciega. Nos expondríamos al fracaso, la
frustración y hasta el ridículo. Según la parábola, la "torre inacabada" no hace sino
provocar las burlas de la gente hacia su constructor. No hemos de olvidar el
lenguaje realista y humilde de Jesús que invita a sus discípulos a ser
"fermento" en medio del pueblo o puñado de "sal" que pone
sabor nuevo a la vida de las gentes.