Reflexión
inspirada en el evangelio según san Marcos 12, 38-44
Ha echado todo lo que tenía.
Son muchos los que piensan que la
compasión es una actitud absolutamente desfasada y anacrónica en una sociedad
que ha de organizar sus propios servicios para atender a las diversas
necesidades.
Lo “progresista” no es vivir preocupado
por los más necesitados y desfavorecidos de la sociedad, sino saber exigir con
fuerza al Estado que los atienda de manera eficiente.
Sin embargo, sería un engaño no ver lo
que sucede en realidad. Cada uno busca su propio bienestar luchando incluso
despiadadamente contra posibles competidores. Cada uno busca la fórmula más
hábil para pagar el mínimo de impuestos, sin detenerse incluso ante pequeños o
no tan pequeños fraudes. Y luego, se pide al Estado, al que se aporta lo menos
posible, que atienda eficazmente a quienes nosotros mismos, hemos hundido en la
marginación y la pobreza.
Pero no es fácil recuperar “las
entrañas” ante el sufrimiento ajeno cuando uno se ha instalado en su pequeño
mundo de bienestar. Mientras sólo nos preocupemos cómo incrementar la cuenta
corriente o hacer más rentable nuestro dinero, será difícil que nos interesemos
realmente por los que sufren.
Sin embargo, como necesitamos conservar
la ilusión de que en nosotros hay todavía un corazón humano y compasivo, nos
dedicamos a dar “lo que nos sobra”.
Tranquilizamos nuestra conciencia
llamando al “Hogar de Cristo” para desprendernos de objetos inútiles, muebles
inservibles o electrodomésticos gastados. Entregamos en la capilla ropas y
vestidos que ya no están de moda. Hacemos incluso pequeños donativos siempre
que dejen a salvo nuestro presupuesto de vacaciones o fin de semana.
Qué duras nos resultan en su tremenda
verdad las palabras de Jesús alabando a aquella pobre viuda que acaba de
entregar sus pocos dineros: “Los demás
han dado lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que
tenía para vivir”.
Sabemos dar lo que nos sobra, pero no
sabemos estar cerca de quienes, tal vez, necesitan nuestra compañía o defensa.
Damos de vez en cuando nuestro dinero, pero no somos capaces de dar parte de
nuestro tiempo o nuestro descanso. Damos cosas pero rehuimos nuestra ayuda
personal.
Ofrecemos a nuestros ancianos
residencias cada vez mejor equipadas, pero, tal vez, les negamos el calor y el
cariño que nos piden. Reclamamos toda clase de mejoras sociales para los
minusválidos, pero no nos agrada aceptarlos en nuestra convivencia normal.
En la vida misma de familia, ¿no es a
veces más fácil dar cosas a los hijos que darles el cariño y la atención
cercana que necesitan? ¿No resulta más cómodo subirles la paga que aumentar el
tiempo dedicado a ellos?
Las palabras de Jesús nos obligan a
preguntarnos si vivimos sólo dando lo que nos sobra o sabemos dar también algo
de nuestra propia vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario