Reflexión inspirada en el Evangelio
según san Marcos 6, 7-13
…
dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Según los expertos, el poder y la
autoridad están sufriendo en la sociedad informatizada de estos tiempos,
cambios de cuyas consecuencias no somos todavía conscientes. Tanto en las
sociedades civiles como en las religiosas, la autoridad tiene cada vez más
poder para controlar e imponer un pensamiento único.
Los medios tecnológicos permiten hoy una
centralización fuerte y eficaz. Se cuenta con dictámenes informatizados, es
fácil la supervisión inmediata, las órdenes son instantáneas y universales. Al
mismo tiempo, la autoridad se hace cada vez más invisible, los despachos
últimos son inaccesibles, no se sabe exactamente de dónde parten las
disposiciones.
Se tiende poco a poco a la supresión de
todo diálogo real. Cada vez es más rara la comunicación para buscar juntos una
solución común a problemas comunes. Cada vez es más difícil el debate y la
discrepancia. Hay algunos que piensan y hablan por todos. No se puede pensar o
decir nada diferente excepto en temas de importancia secundaria.
Sin embargo, es peligroso que la
sociedad civil o religiosa se deje guiar ciegamente por los que detentan el
poder. Es necesario más que nunca el diálogo, la mutua escucha, la luz que nace
del contraste, la búsqueda común.
«Autoridad» es una palabra
muy noble. Proviene del latín «augere»
(hacer crecer) y, en sus inicios, indicaba la capacidad para hacer crecer a los
demás, para hacerlos más adultos y más capaces de una vida digna. Hoy, por el
contrario, significa casi siempre, «control», «poder», «gobierno»,
«imposición». Éste es tal vez nuestro infortunio: necesitamos personas con
autoridad y sólo contamos con personas poderosas.
Jesús no gobernó sobre nadie. No impuso
nada por la fuerza. Nunca utilizó el poder para controlar a sus seguidores.
Jamás excluyó a nadie. Fue libre. Escuchaba a los mendigos ciegos y a los
soldados extranjeros, se negaba a castigar a las adúlteras y pedía a Pedro
«perdonar hasta setenta veces siete». Ponía vida en las personas, y sensatez y
justicia en la sociedad. No ostentó ningún poder oficial pero, según las
gentes, actuaba «como quien tiene
autoridad».
Por eso, cuando Jesús envía a sus
discípulos a evangelizar, Marcos nos dice que «les dio autoridad sobre los espíritus inmundos», es decir, les dio
poder para liberar del mal, no para dominar y controlar a las personas.
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